Mientras escribo estas líneas, escucho el “Magníficat” de J. S. Bach, hermosa escenificación coral a partir de la célebre oración mariana y de otros textos bíblicos relativos al nacimiento de Cristo. Y pienso en el tipo de civilización que motivó obras como ésta. ¿Es la misma?, me pregunto. Es evidente que ya no.
Hubo un tiempo en que la navidad se desarrollaba al interior de una cultura en donde sociedad y religión eran lo mismo. La cristiandad celebraba el nacimiento del Redentor. Con ello, se regeneraba el tiempo de esperanza escatológica y se ponía énfasis en el evento sobrenatural: el mismo Dios se insertaba en la Historia de la Salvación, dándole pleno sentido a la odisea humana.
Pero a partir del siglo XVIII en adelante, se fueron secularizando diversos ámbitos de la cosmovisión occidental. Primero, la política. Luego, el pensamiento y el conocimiento (Ilustración, Revolución Científica). Y, tras la revolución industrial capitalista, se fueron secularizaron las costumbres. La sentencia de Nietzsche, "Dios ha muerto", indicaba el amanecer de una nueva era, donde la experiencia religiosa quedaba circunscrita a la esfera privada, tal como señaló con agudeza Max Weber.
Es evidente que la navidad esté influenciada, desde hace un siglo, de prácticas culturales surgidas de la economía de consumo de raíz "norteamericana” y que, por ello, haya experimentado una serie de mutaciones. Por ejemplo, la importancia de intercambiar regalos suele ser más importante que celebrar el nacimiento de Jesús, que se asocie la navidad fundamentalmente con "papá Noel" y el imaginario nevado del hemisferio norte o se identifique esta fecha con una abundante cena familiar. Además de un conjunto de comportamiento estandarizados y reproducidos socialmente en masa: deseos de buena voluntad, obligatoriedad gregaria de conductas “positivas”, etc. Todo ello para mejorar el clima socioeconómico a favor de la “campaña navideña”. Es sabido que la navidad, en los occidentes, es el momento de mayor consumo del año.
Sin embargo, aún hay grupos cristianos, de diversas iglesias, que tratan de mantener el espíritu histórico de la navidad y lo que representa en un sentido originario. Pero este segmento pareciera que se está reduciendo en la medida que se mercantiliza esta celebración y se seculariza. Finalmente, ¿qué más desacralizador que la economía de consumo?
Mientras escucho el Magníficat de Bach, me detengo en la bella aria para soprano, Quia respexit humilitatem ancillae suae /ecce enim ex hoc beatam me dicent /omnes generationes. (Porque miró la humildad de su sierva, me llamarán bienaventurada todas las generaciones.), tomada del evangelio de Lucas 1: 48, me pregunto hasta cuándo la navidad guardará vínculos con su raíz Cristo céntrica. No lo tengo en claro. Solo sé que dependerá de los cristianos más organizados y convencidos mantener el sentido conmemorativo de la navidad en una era que seguirá siendo secular, por un largo tiempo.
Cuando esta composición fue estrenada en 1733, todavía el mundo secular no se manifestaba en plenitud y buena parte de occidente aún estaba inmersa en la totalidad cristiana. De ahí que lo que el sentimiento religioso del gran Bach y de la convencida feligresía de Leipzig, nos pueda parecer incomprensible. Sin embargo, la belleza del gran arte inspirado en el Bien y en la Verdad, puede trascender los espacios temporales, llegar a nuestra mente y corazón y permitirnos, por un momento, tocar la eternidad. Aun en la era secular, la experiencia de fe, es posible.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM