Quiero màs
informaciòn
20 enero, 2022

[Artículo] Ricardo Falla y Gonzalo Gamio: ¿Por qué el liberalismo? Reflexiones en una perspectiva histórica y filosófica

“Liberalismo” es uno de esos términos que han sido utilizados con tanta frecuencia que muchas veces se pierde de vista la complejidad de su trama histórica, así como la profundidad de sus postulados filosóficos. En un medio como el nuestro, donde el debate político se reduce a la diatriba, a la superficialidad temática y a la ignorancia conceptual, es necesario realizar una labor ex cathedra, a fin de contribuir a la difusión de la teorización política. En ese sentido, con los riesgos que ello supone, buscamos poner de manifiesto algunas consideraciones de carácter general sobre el liberalismo, en los dos planos de lectura que proponemos. Por otro lado, ambos, por diversos caminos y tradiciones, hemos recibido una notable influencia del liberalismo en nuestras concepciones políticas. De ahí que esta reflexión en conjunto no es imparcial. Si no que está imbuida de una clara adscripción vital e intelectual.

  1. Hacia una breve historia del liberalismo.

Un error frecuente y extendido ha sido confundir al liberalismo con el capitalismo y con la economía de mercado. La raíz de este error subyace en el desconocimiento de la historia y de las instituciones políticas y económicas que se han ido desarrollando a lo largo del tiempo. El liberalismo tiene su propia historia, que no podemos identificarla con la historia de las economías de mercado, incluso, con la del capitalismo. Porque el mercado, como institución de la cultura humana, es una antigua practica de intercambio de bienes y de servicios, que emergió en diversos espacios geográficos y en distintos periodos de tiempo. En cambio, las ideas liberales, no tuvieron un origen universal. Si no que surgieron bajo condiciones sociales y políticas muy precisas, algunas de las cuales se pueden rastrear en Grecia y en Roma, durante las etapas de mayor deliberación pública y, por lo tanto, de mayor participación ciudadana. Y en el ecosistema cultural del renacimiento, cuando, en la Escuela de Salamanca, uno de los centros académicos por excelencia del tránsito hacia la modernidad, se sentaron las primeras bases teóricas liberales en la obra de autores como Vitoria, Montesinos, Covarrubias, Molina, etc., formuladores de un humanismo cristiano liberal de pretensiones cosmopolitas.

Sin embargo, los procesos griegos, romanos y renacentistas, se desarrollaron en contextos culturales que no habían experimentado la secularización de la política, del pensamiento y de la ética. Para que ello ocurriera, fue preciso que la explicación política se haya emancipado de la interpretación teocrática del poder, como ocurrió con el primer realismo político (Maquiavelo, Hobbes, etc.) y que el pensamiento se libere del dominio de la teología, como aconteció con la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII y con la escuelas racionalistas y empiristas de ambos siglos.  En la medida que el orden imaginado teocrático se fue diluyendo paulatinamente durante los siglos XVIII y XIX, fue preciso redefinir los fundamentos teóricos de lo público desde nuevos axiomas. De ahí que una de las primeras tareas de los pensadores de la ilustración fue elaborar el primer léxico político de la modernidad.

Conceptos fundamentales de lo político como “derecho”, “ciudadanía”, “libertad”, “ley”, “gobierno”, “propiedad”, “estado”, “naturaleza”, “voluntad”, etc., adquirieron nuevos significados en la filosofía de Locke, Voltaire, Rousseau, Smith, Kant, Condorcet, entre otros tantos. Pues se trababa de orientarse en una nueva circunstancia donde el pensamiento crítico había descubierto la “naturaleza humana” del origen y fundamento del poder político y de las diferencias sociales.  En un primer instante, el liberalismo surgió como un movimiento crítico opuesto al pensamiento teológico monárquico, a las prácticas institucionales del mismo y contrario al sistema de diferenciación genético estamental. Planteando un orden social y político basado en la igualdad universal ante la ley y en la defensa y promoción libertades constituidos en derechos.

El liberalismo de origen ilustrado, en la primera mitad del XIX, mantuvo un poderoso conflicto doctrinal con otras ideologías con las que fue compartiendo época, como el conservadurismo (reaccionario y romántico) y el socialismo (utópico y, luego, marxista). En esta situación de lucha ideológica y de relación con un nuevo contexto (revolución industrial, movimientos obreros, conformación de estados laicos nacionales), el liberalismo evolucionó en varias direcciones. Por un lado, se afirmó en la necesidad de defender las libertades individuales desde la formación de una ética civil (Tocqueville), la comprensión histórica de su devenir (Constant) y en la necesidad de establecer los límites entre sociedad y estado y entre estado e individuo (J. S. Mill). La segunda edad del liberalismo, surgida del debate con otras grandes ideologías, se enrumbó hacia el siglo XX, logrando, en su trayecto, establecer algunos nexos con el socialismo y con el conservadurismo[1].  Producto de esta relación germinaron la socialdemocracia, el socioliberalismo y el liberalismo conservador.

En medio del periodo 1914-1945 (guerras mundiales, auge de los totalitarismos, crisis sociales y económicas), se reformularon las ideas liberales en el calor de los “nuevos enemigos”. Algunos volvieron sus ojos al paleoliberalismo anterior a los estados nacionales, combinándolo con el individualismo metodológico y el neopositivismo, como la Escuela Austriaca, que finalmente siguió un derrotero libertario. Otros, desde una reinterpretación hermenéutica del liberalismo, como Isaiah Berlín, en diálogo contextualizado con su propia historia. Autores como Mises y Hayek, se distanciaron críticamente del socioliberalismo y de la socialdemocracia, considerando que el protagonismo estatal en las sociedades de bienestar iba terminar instituyendo totalitarismos burocráticos, como el soviético. En cambio, el otro liberalismo, siguiendo sus propios pasos, asumió una visión compleja del mundo social, ya sea desde el pluralismo (Berlín) o desde la “indeterminación abierta” (Popper). Sobre estas bases y otras, el liberalismo de fines del siglo XX y comienzos del XXI, se ha ido moviendo hasta nuestros días. Sin embargo, ¿por qué sigue siendo fundamental?

  1. El liberalismo y el núcleo de la cultura política democrática.

En más de un sentido, el liberalismo ha aportado una constelación de ideas y valores públicos que se ha convertido en el corazón mismo de la democracia y que se ha enarbolado para hacer frente a sus rivales, situados tanto en las canteras del marxismo ortodoxo como en el conservadurismo reaccionario. Quienes defendemos una versión pluralista y progresista del liberalismo político estamos convencidos de que estas contribuciones podrían convertirse en un foco de consenso político para los suscriptores de la centroizquierda y para quienes esgrimen puntos de vista de centroderecha. Se trata de cinco perspectivas que están estrechamente relacionadas entre sí, vale decir, trenzadas en el imaginario público democrático.

La cultura de los derechos humanos. La idea de que cada persona es titular de derechos universales inalienables y no negociables, que protegen la vida, la libertad y la propiedad contra cualquier interferencia externa, incluida la del propio Estado. Esta idea –que le debe mucho al Segundo tratado de Locke y al imperativo categórico de Kant- ha generado un sistema de normas e instituciones de alcance local y global que constituye la base de la cultura humanitaria. El Estado constitucional de derecho constituye el trasfondo legal y político de esta cultura, que reúne las reglas y procedimientos que garantizan la vigencia de los derechos y las libertades sustanciales mencionadas. El equilibrio de los poderes públicos y los mecanismos representativos de la democracia moderna son expresión del Estado de derecho. Los límites del poder gubernamental residen en el imperio de la constitución y las leyes.

La autonomía de esferas sociales. Esta idea fundamental se ha desarrollado a lo largo de la historia del pensamiento liberal; en décadas recientes, ha sido Michael Walzer el intelectual que ha bosquejado con especial lucidez el carácter y alcances de esta perspectiva[2]. El Estado, las Iglesias, el mercado, las universidades, etcétera, constituyen espacios en los que se distribuyen bienes sociales importantes –el poder político, la gracia, la riqueza, el saber- observando criterios que dependen de las prácticas internas de cada una de esas esferas. El Estado no puede decidir cuál es la religión verdadera y, cuando pretende hacerlo, incurre en prácticas tiránicas. Del mismo modo, la esfera económica no puede ejercer un control absoluto sobre la esfera académica sin distorsionar gravemente la dinámica propia de la producción y la transmisión del saber. Solo preservando la separación de estas instituciones podemos cultivar las libertades básicas.

La secularización de la cultura política. La ética liberal se nutre de la idea de que el cuerpo político –sus reglas e instituciones- son fruto de los argumentos y de la acción política sostenida de los ciudadanos, no resultado de la voluntad divina o de las hazañas de los grandes héroes de los tiempos míticos. La fuente del poder político es el consentimiento de ciudadanos libres e iguales. Es por ello que el contrato se concibe como el acto fundacional del Estado. La religión y la política son espacios claramente separados. El Estado democrático-liberal es laico, se declara neutral en materia de confesiones; su razón de ser es garantizar los derechos universales y las libertades individuales (incluida la libertad religiosa).  En ese sentido, deja a la decisión de los propios ciudadanos si creer o no.

El cultivo del pluralismo. Los liberales reconocen que las sociedades modernas están habitadas por una diversidad de concepciones de la vida. Cada una de estas visiones de la vida debe ser respetada en la medida en que cumpla con las exigencias de la ley y con los principios de la justicia. Esta heterogeneidad no es constitutiva solamente de nuestra vida social; muchas veces los propios agentes tenemos que vérnoslas con una multiplicidad de valores que queremos honrar pero que en determinadas situaciones pueden entrar en conflicto. Por ejemplo, cuando nos planteamos construir un equilibrio práctico entre las demandas de la libertad individual y los postulados de la igualdad. Los liberales están convencidos que una vida es más rica y una sociedad es más amplia (“abierta”) cuantos más valores puedan admitir bajo un régimen de coherencia y respeto.

Estos cinco elementos son rasgos distintivos de la política liberal y, al mismo tiempo, dimensiones ineludibles de la cultura subyacente a la democracia. El énfasis en los derechos humanos, el Estado de derecho, la autonomía de las esferas, la cultura política secular y el pluralismo ético son valores públicos no negociables. No importa si nos situamos a la izquierda o a la derecha del espectro político; esos elementos son irrenunciables si nos preciamos de ser demócratas. Liberales, conservadores moderados y socialistas pueden reconocerse en tales valores, todos expresamente antiautoritarios y promotores de libertad. En esta línea de reflexión, esta constelación ético-político necesita de virtudes cívicas. El Estado constitucional de derecho y la vigencia de los derechos humanos solo pueden sostenerse si el ciudadano es capaz de intervenir directamente en la esfera pública – los escenarios del Estado, los partidos políticos y las instituciones de la sociedad civil- para construir una agenda común, deliberar juntos o vigilar la labor de las autoridades elegidas. Nos hacemos libres en tanto estemos dispuestos a comprometernos con la libertad en los foros públicos.

Artículo publicado en la Revista Ideele N° 301 

 


[1] Asimismo, en esta segunda etapa, surgió un pensamiento liberal latinoamericano de diversas orientaciones, en autores como González Vigil (Perú), Bilbao (Chile), Alberdi (Argentina), etc.

[2] Cfr. Walzer, Michael Las esferas de la justicia México, FCE 1993.

Compartir esta noticia:

Últimas noticias

Cerrar