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13 mayo, 2022

[Artículo] Carlos Fernández F.: En busca del espacio perdido

Hacia la recuperación del espacio político abandonado

Que siempre ha existido corrupción en el Perú, es algo que lo ha mostrado elocuentemente Alfonso Quirós en su libro “Historia de la corrupción en el Perú”. Sin embargo, habría que añadir que la percepción de los grados o niveles de corrupción no siempre han sido los mismos. Partidos con ideales, mística y nacionalismo, los ha habido, y varios. Para empezar, el Apra en sus inicios, en su etapa “auroral” y revolucionaria, fue un partido que luchó hasta el martirologio para construir una sociedad más justa. Desgraciadamente, su evolución fue negativa, y ya con Alan García se transformó en otro partido, llegando a ser una sombra oscura de aquél Apra de los 20’ y 30’ del siglo pasado.

Algo parecido podríamos decir –hasta este período congresal– de Acción Popular, o del ya extinto partido Demócrata Cristiano, del Movimiento Social Progresista o la Izquierda Unida. Incluso, al gobierno del Gral. Juan Velasco se le hicieron y se le hacen muchas críticas y de diversa índole, pero la mayoría coincide que los militares que dieron el golpe con Velasco no fueron una banda de delincuentes que buscaron llegar al poder para robar. Al mismo tiempo, es inevitable que en todo  partido o gobierno aparezcan algunos políticos o funcionarios corruptos, pero en los casos mencionados fueron la excepción y no la regla.

Es cierto que aquí y en la mayoría de países del mundo, los políticos no gozan de buena reputación, y que se suele afirmar que la política “tiene sus propias leyes”, por lo menos desde Maquiavelo, que la separó de la esfera de la moral. Pero, no es menos cierto que los políticos están en vitrina, mucho más expuestos que otros sectores como los abogados, médicos, ingenieros, contadores, etc., por lo que es más fácil descubrir a los corruptos en este gremio.

En el caso del Perú, creemos que siempre ha existido corrupción en los diferentes gobiernos, y que por épocas el Estado fue visto como un botín a obtener, con las armas si fuera necesario. Sin embargo, hasta donde recuerdo –y ya pinto canas– fue a partir del año de 1985, durante el primer período del expresidente Alan García, cuando se inicia el actual ciclo de corrupción que aún no concluye. De acuerdo al cuadro que mostramos a continuación, la percepción de gobiernos civiles o militares, de distintas ideologías, como los de Belaunde o Velasco, tuvieron percepciones muy bajas de corrupción: 2%. De este 2% del gobierno de Belaunde se da un salto gigantesco al 30% de percepción de corrupción en el primer gobierno de Alan García.

Desde el año de 1985,  casi todos los presidentes están o han estado prisioneros (Alberto Fujimori; Pedro Pablo Kuczynski, recién liberado pero  que se haya con comparecencia con restricciones; y Ollanta Humala que fue liberado, pero sigue procesado), están con un pie en la cárcel (Alejandro Toledo), o están siendo procesados o investigados, como son Martín Vizcarra y el actual presidente, Pedro Castillo. En el caso de Alan García, se suicidó en medio de serios cargos que afrontaba ante la justicia. Todos estos presidentes han sido sentenciados, acusados o procesados por diferentes actos de corrupción. Fueron excepciones los presidentes Valentín Paniagüa de Acción Popular y, recientemente, Francisco Sagasti, los que en medio de esta larga noche oscura, brillaron por su honestidad, entre otras virtudes.

Fueron sobre todo en los 20 años que gobernaron Alberto Fujimori y Alan García (10 años cada uno), en los cuales se va a fortalecer una cultura de la corrupción y de la informalidad, llegando, en gran medida, a normalizarse. Siempre es bueno señalar, que en todos estos gobiernos hubieron ministros y funcionarios honestos. 

Política y corrupción

Durante el ciclo de corrupción descrito, se fue difundiendo la percepción de que todo aquél que se metía a la actividad política era un corrupto, se iba a volver corrupto, o la corrupción le iba a salpicar, y por ende, acabar manchada su honra de todas maneras (la visualización de los videos de Vladimiro Montesinos comprando y negociando con ministros, congresistas, políticos y empresarios, aumentó esta percepción). El mensaje implícito de esta visión lleva a la conclusión que es mejor para la gente honrada y preparada no meterse en política. Desgraciadamente, muchos potenciales políticos de valía se dejaron influenciar por este mensaje. La principal consecuencia fue que se produjo un abandono paulatino del espacio de la política por parte de la gente sana y capaz, dejando de esta manera el campo libre para que tradicionales, nuevos e improvisados partidos formados por gente oportunista, poco idónea para los cargos y corrupta puedan ocupar el espacio político dejado, que fue ocupado.

Asimismo, por lo dicho y ante el aumento de las crisis ideológicas y/o programáticas que a fines de la década de los 80’ del s. XX  fueron ostensibles en partidos como el Apra, la Izquierda Unida y Acción Popular, el vacío  generado fue llenado por diversos políticos “independientes” o outsiders, destacando entre ellos Alberto Fujimori. Cabe recordar que durante el gobierno de Alberto Fujimori, participaron como ministros, connotados líderes de la cúpula del Apra, como fueron Javier Valle Riestra y Absalón Vásquez, o financiados por Montesinos, como fue el caso del ex Secretario General del Apra, el fenecido Agustín Mantilla. Ya desde esa época –incluso desde finales del primer gobierno de García– empezó a surgir la convivencia o red aprofujimorista.

Un elemento no menos importante del proceso de la crisis de los partidos de los 80’, fue el proceso de militarización del territorio peruano, debido a los permanentes conflictos armados con grupos como sendero luminoso, el MRTA, y finalmente el conflicto con el Ecuador o guerra del Cenepa. Como suele suceder, los escenarios de conflictos armados internos y externos, nos colocan en la lógica de la resolución de los problemas a través de la violencia (la guerra) y no de la política. En este contexto, el espacio de actuación de la política –los partidos– y de las organizaciones sociales, se redujeron enormemente, produciendo un debilitamiento de estos actores políticos y sociales.

La pérdida de idealismo, mística y patriotismo que caracterizaron en su momento a diferentes partidos como el Apra, y luego a partidos como Acción Popular, la Democracia Cristiana o la Izquierda Unida, entre otros, produjo no solamente el decaimiento moral de la futura clase política peruana, sino que significó el inicio del retiro de muchos cuadros políticos honestos y capaces de la arena política. Este vacío  ha sido llenado, en la mayoría de los casos, por partidos y políticos aventureros, oportunistas o corruptos, que hasta el día de hoy dominan la escena política peruana.

La reacción ciudadana

La gran cantidad de congresistas que logró el partido de los Fujimori en las elecciones del 2016, constituyó, paradójicamente, su desgracia. Ponerse en vitrina, fue un mal negocio para los seguidores de Alberto Fujimori, expresidente encarcelado por corrupto y violador de derechos humanos. No tardaron en aparecer sombras de corrupción que se esparcieron sobre varios congresistas naranjas. Si a todas estas perlas, le sumamos su bajísimo nivel político, soberbia y violencia verbal, tendremos una imagen aproximada de los congresistas fujimoristas de aquel entonces.

Sin embargo, la causa más importante que propició finalmente el cierre del Congreso, fue la irresponsable y torpe actuación política de la lideresa Keiko Fujimori. Los congresistas fujimoristas, guiados por los experimentados apristas Jorge del Castillo y Mauricio Mulder, terminaron por dividirse y pelearse entre ellos, llegando al extremo de expulsar del Congreso al hermano de su jefa, Kenji Fujimori. Los sucesivos escándalos de corrupción, así como el exagerado obstruccionismo que ejercieron los congresistas fujimoristas sobre el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (PPK), impidieron que la derecha peruana, que controló el poder ejecutivo y legislativo (PPK y Fuerza Popular) pudieran cogobernar e intentar mejorar el bienestar de una población pobre y ansiosa de un mejor porvenir.

La crisis política producida por una Keiko Fujimori por no querer aceptar su derrota electoral, sumado a los excesivos ataques al ejecutivo y a una malcriadez y violencia verbal nunca vista en congresista alguno, abonó el campo para una vasta explosión social. El desborde popular que se volcó a las calles, se dio ante los sucesivos destapes de corrupción en las más altas esferas del fujimorismo. Estos escándalos trajeron a la memoria los innumerables actos de corrupción cometidos por los mentores de Keiko Fujimori –su padre y Montesinos–, y ello afianzó la percepción que su hija era una prolongación del gobierno de su padre y su asesor, con toda la carga negativa que ello tiene en el Perú.

Todos estos hechos produjeron un estallido social que se manifestó en un amplio movimiento social anticorrupción, pluriclasista, no ideológico ni partidario, y que tuvo a los jóvenes como un actor que hizo su reaparición en la escena política nacional. Es probable que en este contexto, la pandemia haya influenciado en las reacciones de una población impactada en varios frentes. El hartazgo ante la corrupción reinante, produjeron masivas manifestaciones que lograron cerrar el Congreso fujimorista, ganar un referéndum contra la corrupción político-electoral con más del 90% de los votos, y finalmente, presionar desde la calle para que renuncie el presidente Manuel Merino, luego de 5 días de haber estado en el cargo.

En medio de este agitado ambiente de crisis política, el gobierno de transición de Francisco Sagasti significó un corto respiro y un recordaris que es posible gobernar con gente honesta y capaz. Sin embargo, la crisis política no había sido resuelta. Muchos esperábamos que algún candidato a las presidenciales del año 2021 recogiera la bandera anticorrupción enarbolada por la mayoría de la población peruana, pero no fue así. Ningún candidato o candidata cogió la antorcha anticorrupción con decisión y energía. De los candidatos finalistas –que fueron los peores–  a muchos pareció que era más probable que Pedro Castillo pudiera continuar con la lucha anticorrupción iniciada desde la sociedad civil, pero en los meses que lleva gobernando, no solamente no ha retomado la lucha contra este flagelo, sino que además, él mismo está siendo investigado por serios indicios de corrupción, acercándose cada vez más, en este aspecto, a su jefe partidario Vladimir Cerrón.

La desilusión producida por Castillo y sus sucesivos gabinetes, abren la posibilidad de convocar a elecciones adelantadas, propuesta que inicialmente planteara el propio gobierno a través de su vocero, Aníbal Torrez Vásquez. Este nuevo escenario que empieza a tomar cuerpo, debe conducir a los sectores democráticos y reformistas a organizar imaginativas formas de unidad, que permitan no solamente volver a izar la bandera anticorrupción, sino también consensuar los urgentes cambios y reformas que la población reclama. Es imperativo que los partidos, movimientos, organizaciones sociales, colectivos y la población consciente de la crisis que atravesamos, recupere el espacio político abandonado y dejado a grupos que hoy controlan el poder político, pero que emanan un olor a corrupción que se está volviendo irrespirable.

En las elecciones regionales y locales venideras, habrá que votar, más allá de la ideología o etiqueta partidaria, por los candidatos de comprobada trayectoria ética y capacidad profesional para una gestión honrada, eficiente y eficaz a favor de nuestro pueblo. Este debe de constituir un paso indispensable en nuestro camino hacia la recuperación del espacio político por parte de las organizaciones políticas y sociales que siguen anhelando un país más justo, próspero y sin tanta corrupción.

 

Artículo publicado en la Revista Ideele Nº 303

Sobre el autor:

Carlos Fernández Fontenoy 

Docente de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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