Hace unas semanas falleció Alberto Ureta, escritor, abogado y, sobre todo, excelente pianista peruano. Sirvan estas líneas como homenaje a su infatigable labor difusora de la música compuesta en el Perú.
No conocimos personalmente a don Alberto Ureta Buckey (1935-2022). Tampoco tuvimos la oportunidad de asistir a algún concierto suyo. Sin embargo, gracias a sus grabaciones, pudimos acceder al repertorio pianístico peruano del romanticismo tardío y del modernismo, y tomar conocimiento de varias de las obras de algunos de los compositores más relevantes de nuestro país.
Al repasar el catálogo de álbumes grabados por Ureta, disfrutamos las “Escenas de la montaña” del arequipeño Manuel Aguirre (1863-1951) y del limeño Pablo Chávez Aguilar (1899-1951) los “Seis preludios incaicos”. También del gran Luis Dunker Lavalle (1874-1922) las soberbias “Nostalgias” y “Leyenda apasionada” y del tacneño Federico Gerdes (1873-1953) los “Homenajes a Watheau y a Bécquer”. Asimismo, del limeño José María Valle Riestra (1858-1925), las interesantes “Elegía” y “En oriente”.
De igual modo, gracias al repertorio ejecutado por el maestro Alberto Ureta, podemos sorprendernos por las monumentales composiciones del arequipeño Roberto Carpio (1900-1986): “Tres estampas arequipeñas” y la “Suite hospital”, una de las cumbres de la música sudamericana del siglo XX. Asimismo, del siempre joven Alfonso de Silva (1902-1937), una serie de obras que respiran inteligencia y ambición en su perturbadora brevedad. Y claro está, del enorme Theodoro Valcárcel (1900- 1942), “las cuatro piezas incaicas” (que incluye la transcripción al piano de la eterna “Suray Surita”) y las preciosas “Estampas peruanas”. También podemos agregar obras de compositores europeos que se hicieron nuestra una vez que se quedaron en el Perú como Claudio Rebagliati (1843-1909) y Rodolfo Holzmann (1910-1992). Como vemos, la labor de Ureta fue digna de todo encomio.
Pero esta labor de difusión no solo quedó centrada en la música pianística peruana de finales siglo XIX y de parte del siglo XX. Ureta, al ser uno de los impulsores del sello fonográfico “Alma Musik”, también hizo un generoso aporte difusor con el álbum “El Barroco”, dentro de la colección “Música clásica peruana” de la mencionada disquera. “El Barroco” es una excelente selección de obras compuestas en el Perú durante los siglos XVII y XVIII, en donde podemos encontrar interpretaciones de” Ah, el gozo” de “nuestro Haendel”, José Orejón y Aparicio (1705-1765), y la impresionante “Mariposa”. Asimismo, una colección de interpretaciones del imprescindible “Códice del Obispo Martínez de Compañón”, nuestra ventana a la música popular del siglo XVIII. Finalmente, en esa misma compilación hay obras de Tomás de Torrejón y Velazco (1642-1724), Juan de Araujo (1646-1712) y de Roque Ceruti (1689-1770). En suma, una primera impresión a la música de nuestro país del periodo virreinal.
Esfuerzos como los que hizo el maestro Alberto Ureta no solo deben ser recordados. Más bien, debe de servir como llamada de atención para que las entidades públicas involucradas con la cultura entiendan que la promoción y difusión del patrimonio sonoro de nuestro país es parte del proceso de ilustración ciudadana y de educación de la sensibilidad. Es evidente que la Orquesta Sinfónica Nacional y otras orquestas peruanas vienen haciendo un esfuerzo notable en dar a conocer el repertorio peruano desde hace varios años. Pero aun no es suficiente. Aún falta mucho por hacer, sobre todo al nivel fonográfico.
Si usted no conocía a varios de los compositores que están reseñados en esta columna es porque el estado peruano y los medios públicos y privados no han hecho lo necesario. La música peruana es hermosa y Alberto Ureta hizo todo lo que pudo para llevarla a un público más amplio en una época anterior a las plataformas digitales. Es hora que algunos tomen su posta en un nuevo escenario.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM