Hace unos días, la casa editorial responsable de la publicación de las obras del escritor Roald Dahl anunció su revisión a fin de ajustarlos a las susceptibilidades del lector de nuestros días. Se trataba de eliminar cualquier contenido que podría resultar potencialmente ofensivo ¿Qué ocurriría si está tendencia a la censura llegase a ser hegemónica?
Cada vez se añaden más títulos a la lista de las obras que son reescritas, pues se las considera presumiblemente peligrosas para la susceptibilidad de determinados lectores. Con esta acción se pretende moralizar a la literatura bajo un nuevo código normativo y despojarle de su función estética y cultural. Es decir, servir de puerta a otras épocas, a otras sensibilidades y a otras formas de humanización. Y desde esa apertura, enriquecer nuestra perspectiva de la vida.
Si esto ya está ocurriendo con la literatura de manera más o menos extensiva, ¿qué pasaría si la escritura histórica sufriera un proceso de rediseño similar? ¿Deberíamos reescribir la historia de una manera que no afecte a determinadas sensibilidades? Asimismo, ¿qué ocurriría si la filosofía u otras disciplinas y ciencias también fuesen obligadas a reescribirse bajo el código “woke”? Y qué decir de las artes plásticas y sonoras, ¿también deberían ser rehechas en función de los nuevos mandamientos morales?
Esta horrorosa desmesura cancelatoria se presenta como el clímax del positivismo en su versión más primaria. Porque se considera que los humanos de esta época hemos alcanzado la mayor superioridad moral posible, a tal punto que estamos legitimados a juzgar a todas las épocas y a todos sus productos culturales. Y desde esa posición, rediseñar nuestra herencia civilizatoria en función de lo que hoy somos.
Por otro lodo, es evidente que en el pasado hemos hecho cosas terribles. Sin embargo, somos capaces de darnos cuenta de nuestros desaciertos porque hemos aprendido a tener una visión crítica del pasado humano sin necesidad de reescribirlo. Si reescribiéramos todas las obras – literarias, pictóricas, filosóficas, científicas, etc.-, que nos parecen moralmente indignas, pensaríamos que somos la generación más pura, la más noble y la más perfecta. Cuando sabemos que ello es imposible de creer.
Si empezamos a censurar contenidos literarios, históricos, filosóficos y artísticos de forma progresiva, vamos a sentirnos tentados a condenar más y más. Con lo cual estaríamos en una situación particular: a fin de purificar la cultura terminaríamos reprimiendo la imaginación, la exploración y la libertad que nos caracteriza como especie.
En 1937, los nazis celebraron la exposición "Un arte degenerado". En esa exposición se mostraron las obras que no manifestaban la pureza estética del nazismo y los auténticos valores del pueblo alemán. Las obras degeneradas eran pinturas y esculturas de las vanguardias. Obras que los fanáticos nazis consideraban "decadentes" ¿Estaremos al inicio de un nuevo siglo nazi y no nos estamos percatado? Ojalá que no.
Por cierto, ¿qué es el “wokismo”? En un movimiento de cancelación cultural de origen anglosajón, que pretende erigirse en el guardián de la corrección política actual, considerando discriminatorio, injusto e inequitativo, a un conjunto de prácticas culturales heredadas de la civilización anterior. En un sentido amplio, este anhelo de mejoría resultaría saludable en términos éticos. Sin embargo, la ferocidad y el extremismo con el que se manifiesta el “wokismo”, está generando efectos que ponen en riesgo a la libertad crítica y a la sociedad abierta.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM