Una de las cuestiones que caracterizó a la Escuela de Fráncfort, que cumple cien años de fundación, fue la enorme repercusión cultural, social y política de las obras concebidas por sus miembros más conspicuos. De este modo, ponderar sus aportes, es reconocer la importancia que las ideas han llegado a tener para el devenir complejo de las sociedades del último siglo.
El enorme poder de la Escuela de Fráncfort – centro de investigación conformado por filósofos y científicos sociales germanos-, estriba en la consistencia de sus tres elementos fundacionales: poseer una epistemología de carácter historicista, elaborar a partir de ella una filosofía social y, desde ahí, construir las bases de una teoría crítica de la cultura y de la sociedad. Un elemento añadido a estos supuestos teóricos fue que los intelectuales del Instituto para la Investigación Social de Fráncfort, tenían algo muy en claro: las ciencias sociales debían estar al servicio de la transformación de la sociedad.
De ahí que la “teoría crítica” de los frankfurtianos cuestionara las consecuencias instrumentalizadoras de la “teoría pura” al interior del sistema capitalista. Según estos pensadores, la teoría social pura o “tradicional”, que se considera ausente de ideología y de repercusiones sociales, termina colaborando en la construcción de sociedades cada vez menos libres, donde los sujetos son controlados por medio de un vasta y compleja red de dispositivos culturales. Esta “teoría tradicional”, esta ciencia sin conciencia ni horizonte crítico, profundiza las condiciones de injusticia y de discriminación ¿Qué se debería hacer para transformar la sociedad? Habría que superar los estadios positivistas e instrumentalizadores de la ciencia, recobrar el espíritu emancipador de la Ilustración, y desarrollar una crítica interdisciplinaria al sistema capitalista; centrándose, principalmente, en la conformación cultural que este sistema genera.
Como es sabido, las fuentes intelectuales más relevantes de la Escuela de Fráncfort se encontraron en los historicismos alemanes del siglo XIX, tanto idealista como materialista, sobre todo el de F. W. Hegel (1770-1831), el de K. Marx (1818-1883), entre otros. También, en la apropiación conceptual de varias categorías del psicoanálisis, que fueron incorporadas al léxico de la “teoría crítica”. Asimismo, ejercieron una enorme influencia sobre los miembros de esta escuela, varios pensadores, científicos, artistas y músicos de las primeras décadas del siglo XX. Basta recordar a algunos de ellos: Gyorgy Lukács, Karl Mannheim, Wolfgang Köhler, Edmund Husserl, Paul Klee, V. Kandinsky, Arnold Schoemberg, Bertold Brecht y Thomas Mann. O estilos musicales como el Jazz y nuevas formas artísticas, como el cine. Pues un rasgo de esta escuela fue su capacidad transformar a objetos de estudios diversos objetos culturales para comprender cabalmente el mundo social.
Realizar una lista de los miembros de la Escuela de Fráncfort y los aportes de cada uno, nos demandaría un espacio bastante más amplio. Sin embargo, es importante ponderar a sus miembros más célebres: Max Horkheimer (1895-1973), Theodor Adorno (1903-1969), Herbert Marcuse (1898-1979) y Erich Fromm (1900-1980). Asimismo, recordar a dos pensadores cercanos a dicha escuela, como Walter Benjamín (1892-1940) o Ernst Bloch (1885-1977), entre otros. Así también, tener en cuenta a miembros de otras generaciones de la Escuela de Fráncfort, como Jürgen Habermas (1929), K. O. Apel (1922-2017) y Axel Honneth (1949).
Los importantes aportes de la Escuela de Fráncfort en la teoría social están a la par de los que hiciera la Escuela de los Annales en el estudio de la historia, la Escuela Austriaca de Economía para el conocimiento económico o el Círculo de Viena en la filosofía. Por ello, más allá del juicio crítico que se pueda tener sobre las consecuencias más relevantes de las obras frankfurtianas, no se puede mezquinar su enorme importancia intelectual. La Escuela de Fráncfort es uno de los ejemplos más claros del poder que han tenido y tienen las ideas para el mundo del último siglo y medio.