HOY, 19 DE mayo, hace 250 años nació en Lima Manuel Lorenzo de Vidaurre y Encalada, gran jurista, oidor en varias audiencias durante el tiempo virreinal y primer presidente de la Corte Suprema de Justicia en el Estado naciente.
Fiel servidor de la Corona, no le fue fácil apostar por la separación. Una vez que lo hizo, fue invitado, por el mismo Bolívar, a regresar a la patria para construir la nación. Es conocida la fórmula que utilizó el Libertador venezolano: “bien necesita el Perú de algunos Vidaurres; pero no habiendo más que uno, éste debe apresurarse a volar al socorro de la tierra nativa que clama e implora por sus primeros hijos por sus hijos de predilección”. Y así, pese a su apuesta tardía, se convirtió en un fundador de la República impartiendo justicia, y también desde el Parlamento y el Ejecutivo.
Como ha mostrado la historiografía peruana y peruanista, la actitud de la élite limeña frente a la emancipación fue de incertidumbre y nada decidida hasta muy avanzados los hechos. No otra cosa sucedió en Manuel Lorenzo de Vidaurre. Retomar el estudio biográfico sobre quienes vivieron la Independencia puede ayudar a entenderla mejor, siempre que veamos a los sujetos como objeto de estudio, y no como héroes a rendir culto, ni tampoco exigiéndoles comportamientos propios de tiempos menos complicados. Una apuesta tardía no es necesariamente menos legítima que la temprana, aunque sí, menos visionaria.
Una comprensión cabal de aquella época apunta a asumir que lo que ocurrió con Vidaurre sucedió también con no pocos de los hombres que fueron protagonistas en la construcción de la República peruana, pues estuvieron antes identificados con el régimen colonial. Vidaurre no cambió de posición radicalmente, ni en fechas tempranas. Abrazó la república al comprender que el camino de la reforma había dejado de ser la vía, al sufrir suspicacias e injusticias en su contra. No estuvieron ausentes los intereses personales que funcionaron como gatilladores para suscribir un proyecto político que en algo había esbozado. En el tiempo republicano, contribuyó decididamente durante dos décadas a cincelar las nuevas instituciones.
Fue un hombre difícil y contradictorio, dio innumerables ejemplos de rasgos de personalidad que se han señalado incluso de casi psicóticos. Siendo muy importante el sello individual, hay que enmarcar al personaje al interior de un tiempo signado por el caos político, la vacilación, la perplejidad. El impacto en la vida personal, de tiempos convulsionados como estos, es tal que tanto se viven como se padecen, en especial si toca ser testigo privilegiado o actor destacado.
Los hombres que viven una época de transición no son únicamente los visionarios, son, más bien, hombres de dos mundos y en dos mundos. Los hombres de transición se van adecuando a la nueva época, período en el que exhiben también continuidades de una impronta anterior; mudan sus convicciones, adquieren nuevas que defienden apasionadamente, de las cuales después dudan o reniegan. Ello pasó en Vidaurre: de fiel súbdito del monarca pasó a desaprobar al sistema, luego seguidor de Bolívar para después censurarlo abiertamente; juez impenitente de la Iglesia católica para luego desdecirse y autocriticarse por ello.
Sobre el autor:
Joseph Dager Alva
Vicerrector Académico de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya