Ante la incertidumbre electoral que nos acongoja es necesario mantener la calma siempre con una actitud crítica propia del sujeto democrático que se sabe valioso en su decisión.
En el Perú se han administrado, según palabras del presidente Sagasti, más de 5 millones de dosis de vacunas contra la COVID-19 y cerca de 2 millones de personas ya se encuentran protegidas. Este hecho irrefutable debería de calar hondo en nuestras esperanzas de vida. Sin embargo, hay algo que no nos deja dormir y no solamente es la casi irremediable tercera ola sino la incapacidad democrática de nuestros políticos. Han pasado más de 10 días desde las elecciones y hasta el momento no hay pruebas sólidas del supuesto fraude electoral, por ningún lado observamos que este proceso democrático se haya visto afectado por acciones externas que interrumpan el voto ciudadano.
Ante esta incertidumbre que nos acongoja es necesario mantener la calma siempre con una actitud crítica propia del sujeto democrático que se sabe valioso en su decisión. Por ello, respetar los resultados electorales en su totalidad no solamente es una necesidad de la población sino de los mismos participantes de la contienda, eso es defender la democracia a la que ingresaron a competir en búsqueda de un mejor país. Todo lo contrario a esta actitud expectante y crítica es la que manifiestan algunas personas y representantes de agrupaciones políticas que configuran delitos de conspiración y promoción de rebelión, sedición o motín. Al respecto se espera que la Fiscalía actúe frente a las evidencias puesto que está en el artículo 347 del Código Penal que impedir un resultado de un proceso electoral es un hecho muy grave.
Hay algo que no nos deja dormir y no nos damos cuenta porque vivimos en una campaña furibunda de desinformación. Como sabemos, los medios de comunicación no solamente tienen el deber de decir la verdad sino combatir la mentira y no permitir que germinen campañas que agudicen las contradicciones en las cuales ya nos encontramos. Las mentiras polarizan, destruyen lazos, provocan violencia y corrompen nuestras estructuras sociales permitiendo así que una integración y reconocimiento postergado desde los inicios de nuestra república se vean constantemente afligidos. No podemos seguir viviendo con las heridas infectadas, nuestro país no es un cuerpo decadente.
Hay algo que no nos deja dormir y es el lenguaje de odio que se manifiesta con declaraciones racistas que alientan a desacreditar la capacidad democrática de los ciudadanos más pobres, rurales e indígenas, pero aún más es el silencio irresponsable de algunos líderes políticos y medios de comunicación. Callar es perpetuar esa actitud y ese silencio es ensordecedor, no nos deja descansar y concentrarnos en fortalecer los canales institucionales en donde podemos disentir democráticamente. Lo que vemos estos días no es más que la suspensión de la ética por parte de la política, cuando lo que necesitamos es integrar ambas dimensiones y ponerlas en el centro de lo social.
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya