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26 agosto, 2024

[Artículo]Ricardo Falla Carrillo: La elección de los decepcionados

En términos públicos sociales, la decepción engloba no solo la desilusión hacia la política, sino también hacia otras instituciones y agrupaciones, tanto civiles, partidarias e, incluso, religiosas.

En términos públicos sociales, la decepción engloba no solo la desilusión hacia la política, sino también hacia otras instituciones y agrupaciones, tanto civiles, partidarias e, incluso, religiosas. Este sentimiento generalizado de desencanto es, sin duda, un fenómeno complejo y multifactorial que requiere una respuesta exhaustiva. En ese sentido, ¿qué ocurre cuando los grupos de desilusionados son de un número indefinido? Veamos.

Frente a las posibles elecciones generales del 2026, se percibe una situación sociopolítica que tuvo sus prolegómenos en la votación del 2021: la multipolarización atomizante. Esto es, una situación extremadamente fragmentada, volátil y compleja, donde la eventualidad del poder está dispersa entre una gran variedad de actores y alianzas fluidas. En dicho contexto, cada pequeño polo se encuentra en riesgo de dividirse y subdividirse de forma incesante; alentando el riesgo de que la hiperfragmentación incentive el peligro de mayores conflictos. La multipolarización atomizante evidencia una situación social y política más complicada de lo que se cree. Pues las múltiples racionalidades culturales, comienzan a diluir sus elementos de cohesión interna, a favor de prácticas y perspectivas particulares. Esta situación cultural no es privativa del Perú contemporáneo. Muchos países periféricos experimentan este vórtice disolvente, en la medida que se han ido sustituyendo los lazos comunitarios por la afirmación acrítica de los intereses individuales.

Que eventualmente contemos con 30 o 40 planchas presidenciales, e indefinidas listas congresales para el 2026, sería la demostración de que la esfera de lo público se ha disuelto hasta convertirse en un babel de derrotero incierto. Sin embargo, en este alucinante muestrario de la disolución, es interesante reconocer que muchos de estos grupos están compuestos por indefinidos conjuntos de decepcionados e indignados. De ahí que hallemos a los que se encuentran indignados por las desigualdades ocasionadas por el modelo económico, pero también por los que sienten hastiados de las regulaciones normativas del estado. Asimismo, a los que se enfurecen por la creciente ola de delincuencia y de inseguridad manifiesta, y por la corrupción de los funcionarios públicos. También, por aquellos que en su imaginario consideran que la agenda “progresista” se ha apoderado de las políticas públicas y, al mismo tiempo, por los colectivos que aseguran que el Perú está dominado por una agenda neoconservador.

No faltan los grupos que asumen que los poderes fácticos criollos aún mantienen un poder hegemónico sobre las poblaciones originarias, estimulado el centralismo y la invisibilizarían. Asimismo, los que creen que las reivindicaciones culturales son azuzadas por discurso ideológicos de fundamento identitario. También, podemos identificar a aquellos que consideran que el estado en un ente confiscador de recursos particulares y a aquellos que cuestionan al estado por no redistribuir la riqueza generada socialmente. Además, por aquellos que padecen la ineficacia del aparato gubernamental de fin de garantizar un mínimo de calidad en los servicios públicos y, asimismo, por aquellos que observan cómo se privatizan los intereses comunes. En suma, estas elecciones, más que las otras, ponen de manifiesto las frustraciones fragmentarias de innumerables grupos de peruanos. Todos, de alguna manera, se encuentran contrariados por algo o se sienten indignados por alguna causa. Es la elección de los decepcionados.

¿Qué consecuencias traería ello? Mientras la decepción no encuentre un cause más o menos racional y programático, las múltiples indignaciones alentarán a las posiciones más irracionales, imprudentes y superficiales. Las mismas que, potencialmente, podrían entrar en conflicto en la medida que emerja un esfuerzo político que conjure la atomización. Es el momento de que las voluntades más lúcidas se den cuenta del gran peligro que cierne sobre todos nosotros.

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