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5 noviembre, 2024

[Artículo] Ricardo Falla Carrillo: La teología encarnada

Hace unos días falleció el sacerdote Gustavo Gutiérrez Merino OP, destacado teólogo peruano, reconocido mundialmente como el fundador de la Teología de la Liberación. Su pensamiento teológico, arraigado en la realidad latinoamericana, ha tenido un impacto significativo en la Iglesia Católica y en los movimientos sociales a nivel global. Hagamos una revisión de su legado. 

La teología de la liberación es una corriente teológica surgida en América Latina a mediados del siglo XX, principalmente como respuesta a las profundas desigualdades sociales y económicas que caracterizaban y caracterizan a nuestra región. Como perspectiva teológica, plantea una interpretación de la fe cristiana a la luz de la experiencia de la pobreza y de la dominación, argumentando que el cristianismo no puede ser indiferente a las injusticias sociales, políticas y culturales de diversa causa. Esta renovación teológica fue posible, porque al interior del catolicismo más crítico y culto, se desarrolló una transformación metodológica y teórica que hizo viable el surgimiento de una teología encarnada en nuestra realidad. Tal innovación fue posible gracias a la reflexión fundacional del padre Gutiérrez.

Nacido en Lima en 1928, Gustavo Gutiérrez estudió medicina y Letras en la Universidad de San Marcos antes de decidirse por la vida sacerdotal. Luego, tras su experiencia laica, estudio filosofía y teología en diversas universidades de Europa, doctorándose en teología por la Universidad de Lyon, Francia. Su pensamiento alcanzó repercusión por la aparición de su libro más reconocido, Teología de la Liberación. Perspectivas (1971), texto en el que planteó su tesis más reconocible: el ejercicio teológico en América Latina debe provenir de su propia experiencia histórica.

A mediados del siglo pasado, concretamente después de la segunda guerra mundial, la teología occidental se hacía eco de las consecuencias de la secularización de la cultura. Así, entre los años cincuenta y sesenta, surgió la llamada “teología de la muerte de Dios”, o tanatoteología, corriente teológica que planteaba repensar la fe cristiana con esta nueva realidad: secularismo, pluralismo, cosmopolitismo, desarrollo ilimitado científico-tecnológico, etc. Los teólogos de esta corriente buscaron redefinir la divinidad en un contexto moderno /posmoderno, donde la figura tradicional de Dios ha perdido su poder explicativo. Autores como Gabriel Vahanian, Paul van Buren y, sobre todo, Thomas J. J. Altizer, influenciados por el pensamiento teológico de Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), quien desarrolló una obra radicalmente distinta en un contexto histórico marcado por el ascenso del nazismo, propusieron una perspectiva teológica en la que la "muerte de Dios" implicaba una profunda transformación en la forma en que las personas entienden el mundo, la moralidad y el significado de la vida. Sin una figura divina como punto de referencia, ¿qué guía nuestras acciones y cuál es nuestro propósito?

Asimismo, en aquellos años, Harvey Cox (1929), destacado teólogo estadounidense, ya había realizado contribuciones significativas a la comprensión de la relación entre la religión y la modernidad, particularmente en el contexto de la urbanización. Su obra más conocida, "La Ciudad Secular", publicada en 1965, ofrecía una interesante reflexión sobre cómo el cristianismo puede responder a los desafíos y oportunidades que plantea la vida en las grandes ciudades. Según Cox, esta situación involucraba un nuevo escenario cultural para la fe cristiana. Sin embargo, ¿la reflexión teológica latinoamericana, debía formularse teniendo los mismos elementos contextuales que en el occidente desarrollado?
Con la obra del padre Gustavo Gutiérrez la teología católica aprendió a ejercerse tomando en cuenta no solo el tiempo (época), si no, también, el lugar (el espacio). Una cosa es hacer teología en Alemania, España o los Estados Unidos. Y otra, en el Perú, en Bolivia, en México. Es decir, la reflexión teológica, más allá de la decisión del autor, se encuentra condicionada por el lugar en la cual se hace. Y, asimismo, se encarna en una comunidad de creyentes.

América Latina surgió de la conquista española. Luego, experimentó diversos procesos de dominación política, económica y cultural, sobre todo de las potencias anglosajonas. Nuestra región, estuvo bajo el poder de oligarquías y gobiernos dictatoriales que acrecentaron las brechas y marginación de diversos grupos sociales y comunidades. De ahí que hacer teología desde nuestra realidad, implicaba tomar en cuenta nuestra pobreza, nuestra fragilidad institucional, nuestros niveles bajísimos de educación, la condición subordinada de diversos grupos etc. Así, la experiencia de reflexionar la fe no podría partir de los procesos occidentales. ¿Qué hacer? Desarrollar una teología, “bebiendo desde el propio pozo”, que busque superar la dominación y proponer una ruta de liberación, de acorde con el evangelio. He aquí el legado más interesante del padre Gutiérrez.

Los críticos del teólogo peruano han argumentado que su obra se apoya en autores que se encuentran lejos del canon tradicional católico. Sin embargo, hay que considerar que las reflexiones teológicas más importantes de otros tiempos se elaboraron con los mejores recursos intelectuales de una época. Gustavo Gutiérrez enriqueció su sólida formación bíblica con los aportes teóricos de la teoría crítica, del psicoanálisis, de la dialéctica negativa, del estructuralismo, la hermeneútica bíblica e histórica, etc. Por ello, saber reconocer sus fuentes y los fines de su obra, nos permiten valorar su legado.

Artículo publicado en el portal Elsalmon.info

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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