Hace unos días se llevó a cabo el debate sobre ciencia y tecnología entre los candidatos a la presidencia. Más allá de los resultados del mismo y las posiciones esgrimidas, resulta positivo que este tema ya empiece a ser puesto en la agenda electoral.
La causa del poder y de la riqueza de las naciones está en el conocimiento, sobre todo, desde el tránsito hacia la modernidad, en el conocimiento científico. Y el acceso a la plena autonomía y emancipación nacional, sin desarrollo científico y tecnológico, es imposible. De ahí que hablar de ciencia y tecnología, en una dimensión profunda, es hacerlo en términos sociales y, por lo tanto, en términos políticos. Pues pocas cosas son tan políticas y geopolíticas como el conocimiento, especialmente en el conocimiento científico.
Por ello, la dominación de determinadas sociedades sobre otras, se ejerce, fundamentalmente, en el plano del conocimiento. Es decir, la potencias científicas y tecnológicas, harán todo lo posible para limitar el desarrollo del saber científico de las naciones periféricas. En tiempos poscoloniales, hay formas muchos más sutiles de desplegar ese dominio. Por ejemplo, estableciendo los criterios de medición de la investigación publicada bajo los modos que las potencias científicas (sus ranking y editoriales) definen. También, generalizando el uso teórico de las llamadas “epistemologías débiles” en las disciplinas sociales y humanísticas, diluyendo, con ello, el potencial critico discursivo de las humanidades y de las ciencias sociales. Reducidas al relativismo y a cierto constructivismo arcaizante, las ciencias de lo humano, poco pueden ofrecer en términos de racionalidad crítica. Y en un país como el Perú, que requiere ser pensado con rigor, la influencia del “pensamiento débil” resulta devastadora, más aún cuando se transforma en “políticas públicas”.
Como vemos, bastan dos sencillos ejemplos para observar la complejidad del tema científico y sus consecuencias integrales. De ahí que para “hablar de ciencia y tecnología”, es necesario no solo manejar con relativa solvencia alguna disciplina, sino, también, poseer conocimientos de las historias de las ciencias, de la sociología y economía de la ciencia, de las teorías de la ciencia y de epistemología teórica y aplicada. Y, ciertamente, todos estos ejes temáticos, referidos a nuestra realidad e historia.
Es claro que un candidato a la presidencia no está obligado a manejar todos estos campos al detalle. Pero si se debe ser consciente de una cuestión fundamental. El conocimiento científico no es una política de estado más. Es el núcleo de todas las políticas de estado. Es decir, todas las políticas de estado deben estar sostenidas sobre criterios científicos (no solo técnicos), para que sean realmente eficaces en sus consecuencias y sus efectos negativos sean controlados o reducidos. De ahí que el gran eje de las políticas y de las razones de estado, son las relaciones entre conocimiento, ciencia y poder, desde los niveles más altos conceptualización a los ámbitos más elementales de gestión y ejecución.
En esta vinculación, como lo hemos afirmado en innumerables ocasiones, se trata de relacionar el “sistema del conocimiento” con la estructura social. El mayor logro de las políticas de estados “procientíficas” sería, por fin, pensarnos y manejarnos racionalmente como sociedad. Para ello, debemos crear las condiciones para que ello logre darse. Y esas condiciones se forman desde responsabilidades y convicciones ético políticas.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM