Cada día que transcurre asistimos a eventos que anuncian el inminente colapso social y cultural de nuestro país. En la medida que se acerca, vemos cómo se acelera el proceso de desgaste de nuestras instituciones, se evidencian las limitaciones de agentes políticos y gremiales, y observamos una creciente tendencia de la población a relajar, temerariamente, las medidas de control y cuidado sanitario. Esta situación de desgaste general, sigue mostrándonos más ejemplos de una sociedad en emergencia cultural antes de la pandemia.
La anomia desbordada que muchos están observando, algunos recién descubriendo, tiene explicaciones. Sin embargo, bajo las condiciones actuales, estas son limitadas. Pues todavía la realidad no muestra toda la crudeza que podría evidenciar en breve. Y porque la necesidad de explicar este proceso de colapso integral requerirá el esfuerzo intelectual de toda una generación. Sin embargo, hay algunos hitos explicativos. Algunos de ellos están en la economía, en su intersección con la cultura. Sobre todo, en los efectos culturales del modelo económico que se implantó en el Perú a partir de 1990.
Ese régimen político-económico que ha continuado hasta nuestros días, no tuvo los elementos intelectuales, ni referentes éticos sociales para entender la magnitud del reto que acarreaba el “desborde popular”. Así, lejos de propiciar la construcción de una ciudadanía autónoma e ilustrada, se optó por mantener a la mayoría de nuestros compatriotas en condición de “mano de obra barata” o de “consumidor”. Se siguieron reproduciendo pautas de comportamiento “premodernas”, poco adaptables a un escenario que implica aceptar restricciones de manera utilitaria. En nuestro “desorden espontáneo” no emerge una subjetividad capaz de asumir corresponsabilidades.
Artículo publicado en La República el 31/08/2020
Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM