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17 julio, 2020

[Artículo RPP] Soledad Escalante: Reforma y democracia

La democracia bien puede ser comprendida como la reforma continua del espíritu para liberarse de la herencia del antiguo régimen autoritario ¿Es este todo su horizonte? 

Ninguna forma de gobierno garantiza tanto la libertad y la autodeterminación como lo hace la democracia: la libertad es útil a la deliberación porque impulsa al pensamiento para que no se anquilose y se rinda al principio de inercia. Permite que otro punto de vista siempre sea posible. Consiente de su tradición, la democracia labra su propia conciencia histórica: en ella toma conciencia de sus cambios, de sus defectos, de sus continuidades. Porque tiene conciencia del cambio histórico, luego, la constitución democrática moderna introduce capítulos y cláusulas sobre la reforma del sistema democrático con miras a su fortalecimiento y perfeccionamiento. 

Bien visto, desde su raíz, la democracia es una reforma continua. Desde el punto de vista de la reacción replicativa, es una respuesta y una alternativa libertaria y emancipadora para el sujeto predemocrático subyugado por el poder opresor del antiguo régimen feudal, regio y narcisista. El verticalismo autoritario sufre una fuerte sacudida, se derrumba y es, enseguida, reemplazado por el horizontalismo deliberativo, o sea el igualitarismo dialógico que da sentido y, finalmente, contenido a la democracia participativa. Rousseau entiende, con agudeza, que la democracia es, en efecto, la disolución constante del autoritarismo monológico supérstite que no termina de desmoronarse ni venirse abajo. La amenaza autoritaria siempre acecha a la democracia.  

La democracia está reñida con la absorción y la concentración desmesurada de poder porque está atenta contra el principio de equilibrio institucional. El rey poderosísimo que gobierna, da leyes e imparte justicia expresa un punto de vista unilateral y representa una amenaza real de poder absoluto, arbitrario y sin medida: la ley emana de la voluntad regia. Rousseau piensa que un poder así hace opresiva la existencia e inhibe el desarrollo saludable de la vida social. Si en el antecedente autoritario de la democracia, entonces, el rey hace suyas las funciones de dar la ley, gobernar e impartir justicia, para la democracia libertaria y progresiva que acaba de nacer, en cambio, esas funciones no son nunca más concurrentes ni en una sola persona, ni en una sola institución. El unilateralismo termina siendo dogmático y antidialógico. 

La democracia distribuye el poder de otro modo que el antiguo régimen. El poder constituyente reposa en el pueblo. Los poderes, las instituciones constituidas, permanecen separados y en equilibrio para que el contorno de la democracia persista y se conserve definido y notorio, es decir, lo que es lo mismo, para que dicho contorno no se desdibuje ni sufra borramientos ni desfiguraciones. El gobierno es conducido por el poder ejecutivo. La justicia está a cargo de los jueces. La ley emana del parlamento a través del debate y la deliberación: la deliberación está a la base porque la democracia es la igualdad de derechos compartida y el reconocimiento de la otredad integrada a la vida común del Estado. El multilateralismo es crítico y dialógico. 

La democracia necesita fortalecerse y fortificarse cada día. No es solamente una teoría abstracta sino, sobre todo, una práctica viva y continua que soporta las instituciones ético-políticas que construyen sus relaciones a través del diálogo y la búsqueda del bien común. El principio de equilibrio de poderes garantiza que la democracia persevere en su ser. 

 

Lea la columna de la autora todos los miércoles en Rpp.pe

Sobre el autor:

Soledad Escalante

Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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