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26 mayo, 2020

[Artículo] Gonzalo Gamio: Actividad filosófica. Notas Fenomenológicas

        ¿En qué consiste la actividad filosófica? Esta es una pregunta que suele resultar un poco intimidante para quienes nos dedicamos a la filosofía porque puede percibirse como una cuestión fundacional, como una suerte de piedra angular para la construcción de un sistema de pensamiento. Ahondar sobre ella implica horadar sobre cada capa del pensar, e ir más allá de cada problema filosófico que ha inquietado nuestro espíritu. Descender hacia esa primera capa, a esa – supuesta – “primera pregunta” que acompaña todas nuestras reflexiones, parece una tarea tan desmesurada como llegar a estar en presencia de las “Madres del Ser”. Y nadie sabe si podremos regresar de allí.

Esta dificultad suele resolverse dejando que digan algo sobre ella las grandes cabezas de la historia de la filosofía. Permitir que hablen en nuestro lugar. Y sabemos que algo han dicho sobre ella. Pero también sabemos que al plantearse tal pregunta han sentido la misma incomodidad que sentimos nosotros al planteárnosla. Percibimos hasta un cierto temor a la hybris. Incluso Husserl experimentó esa suerte de vértigo, señalando que si no le preguntaban qué era la filosofía, entonces sí sabía responder, pero que, si se lo preguntaban, no sabría qué decir. El maestro de la fenomenología evocaba con estas breves palabras los pensamientos de San Agustín sobre el tiempo, a la vez que expresaba en palabras suyas el desconcierto que todos los filósofos sienten cuando se preguntan qué es la filosofía.

Sin embargo, cuando escribimos ensayos, cuando dictamos una clase o cuando simplemente nos sentamos a pensar, todos manejamos implícitamente una respuesta a esta pregunta difícil. La llevamos en la mente y en el corazón. Probablemente se trate de una respuesta que nos acompaña en todas nuestras actividades vinculadas al cuidado del pensamiento crítico, y se trate de una respuesta provisional, que pueda reformularse y asumir nuevas configuraciones una vez que ha sido sometida a examen. Es seguro que nuestra respuesta acuse la influencia de los libros de los filósofos que nos conmueven e interpelan. Sin embargo, es preciso que esa respuesta se haga explícita, aunque sea para hacerla añicos después. Aprovecho la situación de aislamiento social de estas semanas para esbozar este ejercicio algo inquietante, pero importante.

Mi punto de partida es la sugerencia de Husserl (y la de San Agustín). Si me preguntan, no lo sé; si no me lo preguntan, sí lo sé. Agustín se pregunta por el tiempo vivido, no por el tiempo “objetivo” (el tiempo que registran los relojes). Husserl sigue esta pista, tanto en el caso del tiempo como en el de la filosofía. La filosofía es una experiencia, de la cual hay que dar cuenta. De hecho, es una experiencia que se propone esclarecer nuestra experiencia (del mundo). Es preciso describir las determinaciones de esa experiencia, tal y como la vivimos, atendiendo al proceso mismo de llevarla a cabo. Por eso una buena forma de empezar a expresar esta tesis en palabras consiste en señalar que la filosofía es una actividad – e incluso una “forma de vida” o un hábito, una héxis –, y no un cuerpo de doctrina.  Esta es una aseveración que es más fácil de digerir en el presente, en tiempos en los que existe un consenso significativo en torno al ocaso de los grandes relatos, entre ellos, la edificación de un sistema de fundamentación de lo Real. No obstante, abandonar los grandes relatos implica rescatar los “pequeños relatos”, como el relato consistente en describir el proceso de nuestras vivencias.

Lea el artículo completo publicado en el portal jurídico interdisciplinario Pólemos el 1/05/2020

Sobre el autor:

Gonzalo Gamio Gehri 

Docente de la carrera de Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y de la PUCP.

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