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24 abril, 2020

[Artículo RPP] Mario Granda: El profesor hace click

El estado de excepción que se vive hoy podría tomarse como un mero paréntesis, pero también como una oportunidad para cambiar, de una vez, la perspectiva con que hasta ahora se ha comprendido la era de la informática.

Nunca antes hubo tantos gobiernos, laboratorios, empresas, financistas y científicos en torno a un mismo objetivo. La concentración de sus esfuerzos los llevará, en lo posible, a un pronto descubrimiento de la vacuna contra la enfermedad que ahora amenaza. En una situación parecida, pero en un contexto particularmente diferente, se encuentran hoy muchos profesores. De un día para otro, se han visto obligados a sentarse frente a una computadora para escribir sus lecciones, crear diapositivas, hacer grabaciones (audios o videos) y enviar correos. Como nunca antes, los profesores de primaria, secundaria, institutos y universidades -y no solo en el Perú, sino en todo el mundo- deben ahora preguntarse seriamente sobre el papel de la tecnología en la educación. De ello depende que los estudiantes que se inscribieron en marzo terminen satisfactoriamente los estudios de este primer semestre.

La circunstancia que aquí describimos nos llama la atención porque, más allá de la anécdota, los profesores han sido los que más se han resistido a aceptar el aporte de la tecnología en sus lecciones diarias. Los educadores más jóvenes han logrado abrir el camino un poco más, pues ya han pasado algunos años desde el inicio de la nueva era, pero todavía hay muchos que consideran que las computadoras no son más que una ayuda y no un recurso educativo en sí mismo. Hoy la tecnología se encuentra en los medios de comunicación, en la ciencia, en la política y en el mundo empresarial, pero todavía se encuentra lejos de cambiar a los defensores de la cátedra.

Es posible que parte del prejuicio de los profesores hacia las computadoras haya tenido su origen en el ruido con el que llegó la revolución digital. Los encantos de la tecnología –sus imágenes, sus sonidos y su velocidad— pertenecían al mundo de la vida pública y no al del silencioso claustro. También había argumentos contra el contenido. Los celulares solo servían para comunicarse, las computadoras se habían convertido en consolas hechas solo para jugar e internet solo era una realidad virtual (si es que no un oscuro plan conspiratorio para tener controlado el mundo). La tecnología empezó a ser vista como un objeto vacío que solo cobraba validez cuando servía a un propósito humano muy concreto. Por más novelas, enciclopedias, manuales y películas que se grabaran en la memoria de un ordenador, este nunca alcanzaría a tener la dignidad de un libro. El maestro siempre debía ganar en el campo de la moral.

El estado de excepción que se vive hoy podría tomarse como un mero paréntesis, pero también como una oportunidad para cambiar, de una vez, la perspectiva con que hasta ahora se ha comprendido la era de la informática. Es cierto que la adaptación es lenta y que llevará a muchos por caminos desconcertantes, pero por el momento es el único modo de ponerse en contacto con la realidad. Tal vez hay muchos profesores que todavía piensen que lo que aparece en una pantalla es pura ilusión, pero es muy probable que sus estudiantes no lo crean así. De hecho, ni siquiera se lo preguntan.

Lea la columna del autor todos los viernes en Rpp.pe

Sobre el autor:

Mario Granda 

Docente del Programa Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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