Las palabras no resuelven mágicamente los problemas de la realidad. Para que tengan un verdadero valor, deben estar acompañadas de una voluntad y una acción que estén dirigidas a darles el color que merecen.
Hubo un tiempo en que la Avenida Alfonso Ugarte se detenía por completo para dejarle un lugar a la fiesta. Era el “Día de la Fraternidad” y había que estar con los compañeros y con las familias de cada correligionario para expresar públicamente el cariño que se sentía por el partido. La jornada comenzaba por la mañana, momento en el que llegaban los vendedores de comida y de propaganda, y terminaba muy avanzada la noche, en medio de la música, la cerveza y los himnos del pueblo. Ese día era el 22 de febrero, cumpleaños de Víctor Raúl Haya de la Torre, pero también algo más especial. Para los más convencidos, era el momento para recordar a los mártires, renovar el compromiso con los hermanos y dejar de lado las rencillas que a veces entorpecían las duras jornadas de la vida política nacional.
Hubo otro tiempo también en el que apareció un partido que parecía que le haría competencia al fujimorismo, pues representaba el deseo de quienes querían una opción progresista pero no autoritaria ni represora. La palabra con la que se bautizó la nueva coalición fue “solidaridad” y tenía como símbolo el Sol. El Sol es el símbolo de la fertilidad y el crecimiento, de la fuerza y la unión.
“Fraternidad” y “Solidaridad” son palabras que fueron elegidas para convertirse en el blasón de una nueva opción política. Ambas pertenecen a la tradición republicana y humanista, tan prestigiosa para los que creen que una sociedad puede crecer bajo la confianza y en la ayuda hacia el otro. Sin embargo, muchas veces las palabras no son suficientes para que estos ideales se lleven a cabo. Bien podemos colocarlas en nuestros discursos y decorar con ellas nuestros edificios, pero en el fondo siempre depende del modo en que las utilicemos y las transformemos en hechos concretos.
Sucedió lo mismo con aquellos dos partidos a los que aquí hemos hecho alusión. El tiempo ha pasado y lo único que queda de las palabras que antes los enorgullecían tanto es un conjunto de letras que les queda demasiado grande. Mejor hubiera sido elegir palabras menos comprometedoras, pues así el tiempo no les hubiera revelado lo que ha ocurrido de verdad. Las palabras no resuelven mágicamente los problemas de la realidad. Por poner la palabra “democracia” o “libertad” en mi partido no lo hace más democrático o más libre. Para que tengan un verdadero valor, deben estar acompañadas de una voluntad y una acción que estén dirigidas a darles el color que merecen.
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Sobre el autor:
Mario Granda
Docente del Programa Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya