Tener “mundo” es diferente a tener “esquina” y viceversa. Ambos tienen que ver con el modo de cómo percibimos, conocemos y comprendemos lo que nos rodea. Asimismo, condicionan la manera de vincularnos con los otros ¿Debemos educarnos, también, en ello? Veamos.
En el lenguaje coloquial, se dice que alguien tiene “esquina”, “barrio”, “calle”, cuando es capaz de reconocer con eficacia determinados códigos locales y los usa para relacionarse por medio de ellos. Cuando alguien se involucra con los “signos de la esquina”, tiende a generalizarlos; creyendo que una gran mayoría podría comprenderlo. De ahí que los partícipes del código de la “calle”, propendan a burlarse de los que no reconocen los usos de los “signos del barrio”. La frase que muchos hemos oído, “a ese le falta calle o esquina”, evidencia y sugiere más de lo que pensamos.
Por otro lado, “tener mundo”, posee una dimensión mucha más amplia. Tiene que ver con lo que Arthur Danto llamaba “alfabeto cosmopolita”. Es decir, manejar una codificación de pretensiones universales. En las significaciones cosmopolitas podemos interactuar con indeterminados grupos humanos con relativa eficacia porque estamos adiestrados para ubicar los hábitos comunes. Sin embargo, aquel “alfabeto cosmopolita” – por su misma universalización – no llega a reconocer las particularidades y, por eso mismo, puede ser tachado de distante y pretensioso.
En una situación ideal, deberíamos movernos en ambos ámbitos, el “mundo” y la “esquina” con facilidad. Que implica tener la capacidad de reconocer los “signos de la calle” (feliz expresión de Marshall Berman), pero también de reconocer el “alfabeto cosmopolita”. Sabiendo que, si nos quedamos en la “esquina”, nuestra capacidad de interacción con la complejidad estará enormemente limitada. Pues no podemos pretender que el universo se acomode a la esquina de nuestro barrio.
En el neopopulismo explotado por el marketing diferencial y por la política sin ética, se suele hacer apología a la “esquina”, al “barrio”, tratando de recolectar consumidores o adeptos. Esta afirmación al localismo – a veces extremo – se puede convertir en un elemento limitante y, por lo tanto, en un condicionamiento para la automarginación. Es claro que, si asumimos solamente los referentes barriales sin contrastarlos con visiones universales, vamos a creer que no hay más realidad que aquel código restrictivo.
Por ello no hay que temer o despreciar (nunca tan unidos estos verbos) la posibilidad de aprender los usos y hábitos de un código más amplio y universal. Todos, sin duda, provenimos de una “esquina” y nuestro primer aprendizaje social se desarrolla en ese espacio. Pero las realidades culturales son enormemente diferenciadas y aprenderemos a relacionarnos con ellas si somos parte de ese conjunto difuso llamado “mundo”.
Así, para sobrevivir y enriquecernos – ambas expresiones tan amplias- es necesario tener “mundo” y “esquina”. Aprender a desplazarnos y adaptarnos por las diversas cosmopolis de nuestra tierra y poder sobrevivir, al mismo tiempo, a los usos de nuestros barrios. Por ello, el salto de la calle en donde jugábamos sudorosos “fulbito”, a adentrarse en las grandes cosmopolis multiculturales, será posible e, incluso, desafiante.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM