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26 febrero, 2020

[Artículo] Carina Moreno: Rejas, espacio público y consumo cultural

          Las rejas son parte del paisaje regular de la ciudad. Fueron apareciendo hace unas tres décadas para impedir el ingreso de personas ajenas a nuestros espacios y brindarnos una sensación de protección. Cercamos las calles, colocamos rejas delante de nuestras puertas y ventanas y también cercamos los parques, con el fin de sentirnos seguros, pero, en realidad, nos escondemos detrás de ellas y nos perdemos la posibilidad de explorar y disfrutar de lo que está más allá de ellas.

Desde la antigua Grecia la plaza pública ha sido el espacio de reunión y es el origen de lo que implica una ciudad, definida por el historiador urbano Lewis Mumford, en su libro “La ciudad en la historia”, como “un lugar diseñado para ofrecer los espacios más amplios para promover conversaciones significativas”.

Ser ciudadano significa “habitar” un espacio geográfico determinado y asumir los derechos y las responsabilidades propios de la convivencia y la formación de la sociedad. Entre ellos se encuentra el primer inciso del artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que dice “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”.

Las rejas han impedido que disfrutemos el espacio público y todo lo que en él se desarrolla: juegos al aire libre, conciertos en parques, lecturas en playas, entre otros. Cada vez son más los municipios que entienden que el espacio público es un lugar de debate y encuentro, pero aún somos pocos los que hemos cruzado el umbral y atravesado las rejas.

Cuántos de nosotros hemos tenido la oportunidad de escuchar un cuento susurrado a través de un tubo de papel, o debajo de un paraguas, cuántos de nosotros hemos disfrutado de un concierto en un parque junto a nuestros hijos, rodeados por pompas de jabón y roto nuestros límites para ir tras ellas, cuántos podemos invadir la vía pública para aprender un baile como la saya o la salsa. Estos son ejemplos que ya se dan en la ciudad, pero solo en espacios determinados y no en toda la ciudad. 

Espacios como los parques zonales o nuestros parques zoológicos se han convertido en grandes mercados de ventas de comida y juguetes más que en espacios de disfrute. Todo lotizado, todo comercializado, todo a disposición del mejor postor. Cada cambio de gestión involucra una vuelta del timón, a veces para los fines correctos, a veces para el capricho.

Es necesario que la sociedad civil organizada, los centros culturales y los municipios asuman que es su responsabilidad proveer al ciudadano de una vida cultural, que también traspasen sus propias rejas y lleven el arte al espacio público. Es nuestro rol, sobre todo, considerando la necesaria construcción de una ciudadanía comprometida, reflexiva y articulada de cara al Bicentenario.

Artículo publicado en el Diario Oficial El Peruano 20/02/2020

Sobre el autor:

Carina Moreno

Coordinadora del Diplomado de Gestión Cultural de la Universidad Antonio Ruiz de Montoy

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