El caso de los robos en el Archivo General de la Nación o en la Biblioteca Nacional son solo un ejemplo de un problema que es transversal a la idea que tenemos de nación.
Esta es la única frase que aparece escrita en una serigrafía de fondo negro, de manera que lo primero que captamos de la pieza no es tanto el sentido que construye sino la necesidad de expresar un punto de vista. El color blanco y los distintos tamaños de las letras, que ocupan casi todo el espacio del cuadro, le agregan a la frase un valor simbólico, pues buscan realzar el valor positivo de la palabra sobre la oscuridad. Decir algo, tan solo decir algo, es la forma más modesta pero también más eficaz para expresar la voluntad de anteponerse ante las tinieblas o el silencio.
La obra a la que aquí nos referimos pertenece a la artista mexicana Mónica Mayer (1954) y salió a la luz en el 2010 como una crítica a las celebraciones que realizó su gobierno en torno al bicentenario. Los espectáculos visuales y auditivos organizados por el gobierno de turno fueron muy atractivos, pero, por otro lado, no evitaron que surgieran dudas sobre el verdadero sentir de un público que, más allá de la fiesta, se preguntaba si el México contemporáneo había logrado alcanzar el sueño republicano ¿Son estos pomposos rituales el mejor modo de recordar la historia de los héroes que lucharon por la Independencia? Esta es la misma pregunta que se hace la artista, pero de una manera mucho más cruda. Para Mayer, los bicentenarios no hacen sino hablar muy bien de las guerras, pero esto no es sino una forma de ocultar lo que ocurre en la realidad contemporánea. Es por ello que las guerras no deben ser celebradas y ni conmemoradas. La mirada ideal sobre el pasado deja de lado los problemas del presente.
La reflexión de Mayer es importante para nosotros porque en el Perú nos encontramos a punto de celebrar el bicentenario, y, en este sentido, vale tomar en cuenta lo ocurrido en el país del norte. Sin embargo, hay noticias que en vez de entusiasmarnos parecen ir a contracorriente de todo el espíritu que merece la ocasión. Hace pocos días, se ha descubierto un nuevo robo de documentos históricos en el Archivo General de la Nación. Se trata de documentos oficiales y militares firmados por el presidente Andrés Avelino Cáceres durante los años de 1877 y 1890. Esto se suma al reciente robo de otro documento firmado por el general José de San Martín, entonces Protector del Perú.
El caso de los robos en el Archivo o en la Biblioteca Nacional (que son los que, muy escuetamente, se aceptan de manera oficial) son solo un ejemplo de un problema que es transversal a la idea que tenemos de nación. Se puede declarar que recordamos muy bien a los héroes y próceres del pasado, pero nada de eso será posible si dejamos de lado los elementos que sirven para preservar la memoria. Sería muy interesante que las actividades oficiales relacionadas al bicentenario peruano tuvieran planes y acciones más precisos en relación a lo que significa la preservación del pasado peruano. También sería bueno que desde la misma opinión pública se formen cuadros ciudadanos para ejercer presión y cumplir las metas. Pero si no se toman acciones pronto, ya no habrá ni siquiera una historia para recordar.
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Sobre el autor:
Mario Granda
Docente del Programa Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya