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15 noviembre, 2019

[Artículo RPP] Mario Granda: Cabezas voladoras y estatuas decapitadas

Las estatuas siempre han acompañado a los transeúntes de las grandes y hasta a los vecinos de pequeñas aldeas, pero son pocos quienes se detienen a preguntarse por las razones por la que se encuentran allí.

Aquel que camina por la noche o por la madrugada y se encuentra con una cabeza voladora, debe tratar de esconderse para no ser descubierto. También hay veces en que las cabezas se encuentran enredadas en los árboles o en los arbustos, pues tienen cabello largo, y en estos casos tampoco hay que molestarlas. Mirarlas o tirarles piedras, como a veces hacen los niños, puede enfurecerlas y provocar un ataque. Los aimaras dicen que las cabezas pertenecen a personas que van a morir o a brujos que quieren espantar a la gente. Sus gritos son aterradores y pueden perturbar hasta al viajero más cauto y sereno.

Recordamos aquí el cuento de las qaqa o las uman-tac tac, como se le conoce aquí en el Perú, pues creemos que podemos relacionarlo con lo que ha ocurrido recientemente en la ciudad de Arica, al norte de Chile, donde las estatuas de los héroes chilenos del Morro de Arica han vuelto a aparecer decapitadas. La prensa ha reportado los hechos con preocupación, pues el memorial forma parte del patrimonio histórico de la ciudad. Sin embargo, los periodistas ariqueños no relatan lo sucedido con el dramatismo de hace dos años, cuando sucedió lo mismo, pues, como se sabe, el contexto actual es muy distinto. Una estatua sin cabeza no es hoy el capricho de unos desconocidos sino signo de una protesta que busca rebelarse contra los símbolos de la tradición nacional. Apenas desatada las protestas de Santiago, en Temuco se hizo lo mismo con una estatua de Pedro de Valdivia y la cabeza apareció colgada de la mano izquierda de la estatua del héroe mapuche Caupolicán. Lo mismo sucedió con otra estatua de Valdivia en la ciudad de Concepción, aunque aquí la cortaron a la mitad.

El gesto puede parecer violento, pero no es aislado. De hecho, es un capítulo más de la “guerra de estatuas” iniciada el 2015 en África, cuando el estudiante sudafricano Chumani Maxwele empezó con un movimiento que obligaría a la Universidad de Ciudad del Cabo a remover la estatua de Cecil Rhodes, el empresario y colonizador inglés que fue el que impulsó el comercio de diamantes, que tanto perjuicio causó entre la población de su tiempo. Dos años después sucedió lo mismo en Nueva Orleáns con la estatua de Robert E. Lee, el general confederado norteamericano que defendió el ejército que apostaba por la esclavitud, y en Charlottesville está por verse si otra estatua suya quedará en pie. La policía se ha visto obligada a poner guardia hasta que se resuelva el caso.

Las estatuas siempre han acompañado a los transeúntes de las grandes y hasta a los vecinos de pequeñas aldeas, pero son pocos quienes se detienen a preguntarse por las razones por la que se encuentran allí. A veces, el motivo se justifica y se comprende, pues se trata de personas cuyo legado aún se reconoce. En otras ocasiones, sin embargo, se trata de memoriales que más bien reconocen los logros y triunfos de algunos pocos sobre muchos otros. Si la memoria urbana no se encuentra acompañada por una mirada crítica, los ciudadanos pueden terminar celebrando a un hombre a una mujer por motivos equivocados. O, tal como sucedido en estos últimos casos, expresando su más enérgico rechazo. 

Tal vez no creemos en las cabezas voladoras, pues somos viajeros muy racionales, pero la leyenda la podemos utilizar para pensar qué es lo que ha pasado con las cabezas de estos héroes decapitados. Héroes que han perdido su cuerpo y ahora penan durante la madrugada de la mañana americana.

 

Lea la columna del autor todos los viernes en Rpp.pe

Sobre el autor:

Mario Granda 

Docente del Programa Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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