Pretender que bajo un modelo único de explicación se puede llegar a explicar la complejidad de lo humano es imposible. Solo una fe desmesurada nos puede hacer creer semejante locura. O, peor, la soberbia de considerar que se posee el conocimiento perfecto para ser aplicado en todas las situaciones sociales.
Albert Einstein, cuya autoridad intelectual se encuentra libre de objeciones fáciles, dijo al referirse a los cambios producidos tras el cisma de la física clásica que “la tierra se abría debajo de los pies”. No era para menos. La relatividad del espacio-tiempo planteada por él y el descubrimiento del universo subatómico, indeterminado y aleatorio, esbozado por los físicos cuánticos (Planck, Schrödinger, Heisenberg, entre otros), evidenciaba que el modelo mecánico newtoniano, era incapaz de incorporar las variables relativas y cuánticas. El universo físico era más complejo y desconocido de lo que podíamos establecer previamente.
Estas constataciones generaron a inicios del siglo XX un terremoto epistemológico. Demostraron que los modelos teóricos son abiertos, limitados y temporales, y que incluso las invencibles ciencias naturales no podían llegar a poseer de forma absoluta un conocimiento “verdadero” y “eterno”. La curiosidad humana encuentra nuevas evidencias que someten a crítica radical aquello tenemos por cierto.
Por diferentes caminos contrarios, K. Popper y T. Kuhn estudiaron este proceso. Y nos ofrecieron una visión mucho menos pretenciosa de la ciencia, posicionándola en un ámbito específico. Así, llegamos a una cierta convicción: buscamos el conocimiento, pero este es incompleto y restringido.
Si del estudio de la naturaleza obtenemos saberes tan limitados, ¿qué se puede esperar de la observación de los fenómenos sociales? ¿No es acaso, el ámbito humano, particularmente complejo y heterogéneo? ¿Es creíble que un modelo de explicación social pueda constituirse en una verdad indubitable? Las ciencias sociales y las humanidades, acusaron recibo de esta situación y empezaron a cuestionar sus propios supuestos metodológicos, ocasionándose una variedad de interesantes perspectivas teóricas, que ampliaron nuestra visión de espacio humano. Aún cuando es tentador asumir un criterio generalizador y único, sabemos que esto es imposible, porque nos percatarnos de los peligros del reduccionismo. Además, en las ciencias sociales y humanas, hemos visto a “varios cadáveres pasar” y eso es muy estimulante.
Lamentablemente, algunos enfoques de la interesante y necesaria ciencia económica asumieron que sus supuestos teóricos podrían ser validos para estudiar cualquier realidad social e incidir universalmente en la misma, pretendiendo –desde una evidente soberbia– que hay leyes inmutables y eternas en la economía. Esta actitud acrítica, lejos de ser científica, convirtió a la noble ciencia económica en un pensamiento ensimismado. Es decir, una forma doctrinal, obstinada y cerrada, ajena a la compleja realidad social.
Transformadas en ideologías, estos enfoques fueron utilizados como instrumento de ciertas estructuras de poder, que buscaron diseñar el complejo entramado social y cultural para su beneficio. Estos grupos de poder, habiendo creído que su tarea estaba completada, construyeron un modelo ensimismador, una prisión conceptual de preceptos que justificaba y magnificaba sus pretendidos logros. Lejos de la crítica y del principio de realidad, no percibieron las mutaciones sociales y culturales que se estaban realizando. Encerrados en una cárcel de datos estadísticos, estaban cada vez más lejos de lo real. Pues los datos numéricos no pueden reflejar el amplio espectro de expectativas, sufrimientos y frustraciones de la naturaleza humana. Miseria de la numerología o, peor, de la “numerofilia”. Ensimismamiento mayúsculo que incapacitó a este sector percatarse, a pesar de las evidencias, del agotamiento del modelo austro-monetarista desde el 2008 y a persistir tercamente en lo mismo. La testarudez en las ciencias físicas no tiene tantas repercusiones negativas -sobre las personas- como el persistir porfiadamente en un modelo económico social.
Estas semanas hemos visto, de forma contundente, cómo “la tierra se abría debajo de los pies”. Por ello, es imperativo repensar el mundo social de nuestros países, con historias particulares; recuperar el sentido ético de la economía y, como es fundamental, recobrar la dimensión ética de la política. Este terremoto social y político que viene del sur de América, es una gran oportunidad para el saber y para el hacer.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM