Los peruanos tenemos una renovada oportunidad para elegir mejor a nuestros representantes ¿Podemos esperar que se genere una consciencia que privilegie lo crítico al elegir autoridades?
Luego de las tribulaciones del cierre del Congreso, hemos ido conociendo detalles de las condiciones y bases que supondrán las nuevas elecciones de un efímero Congreso. Debemos preguntarnos, no solo para esta, sino para todas las elecciones siguientes: ¿Vamos a permitir que se sostengan las viejas usanzas de nuestro actuar social y político? Debemos estar atentos a quién le estamos otorgando no solo el timón de nuestro país, sino también facultades como la inmunidad parlamentaria.
Los peruanos tenemos una renovada oportunidad para elegir mejor a nuestros representantes en un contexto crítico. Al menos, esto es, en un sentido utópico e ideal, pero la costumbre nos inclina a pensar que aquellos con la maña política y los recursos financieros necesarios, van a seguir copando nuestras instituciones públicas en desmedro de su real vocación de servicio. Cuando mucho, podemos esperar que se genere una consciencia que privilegie lo crítico al elegir autoridades.
Decir que debemos tener cuidado por quien votar, no hace justicia al problema, debido a que cualquier exhortación se ve desprestigiada sin siquiera someterla a reflexión propia y personal, es decir, yendo más allá de este o cualquier texto. A ello se suma que cambiar la mentalidad de todos los componentes de una sociedad es algo para lo que nos falta largamente el alcance. Es muy poco lo que podemos hacer por cambiar las profundas estructuras de nuestros modos de vida.
Por lo menos, puede bastar que algunas personas se permitan profundizar en la importancia de no legitimar la nefasta práctica de cambiar el voto por favores, canastas, táperes o directamente dinero. El daño moral que implica la venta de la conciencia del voto supone una explosión de violencia a distintas instancias de la vida del país. En estos casos, estaríamos guiándonos por la idea de que, en cada campaña, se nos va a favorecer a cambio de algo que parece no tener valor: nuestro derecho constitucional a la participación política. Incluso ser participante de una portátil, implica vender ese principio mismo que se ve rechazado: nos referimos a la dignidad de un voto en manos de un ciudadano.
Poco favor le hacemos a la historia de la opresión en no reconocer la importancia que representa algo que hace unos siglos era parte de proclamas que conducían grandes revoluciones. La educación que nos hace falta no se limita a la erudición o a lo técnico, la educación cívica como un despliegue del pensamiento personal de cada peruano para reflejar una ética bien pensada y no que se limite a seguir la corriente, parece ser algo que se entrecruza con nuestra falta de respeto crónica a las instituciones. El valor de un voto es exponencialmente millones de veces superior a cualquier intercambio de favores temporales. Y eso lo debemos tener claro.
Precisamente esa práctica legitima una red de clientelaje, en donde gracias al poder que se otorga al abuso de las influencias, tenemos entonces así una fuerte debilitación del concepto propio de institucionalidad. Aceptar un voto a cambio de un polo o elementos propagandísticos equivale a desvirtuar el valor que tiene la esencia de nuestra sociedad: la libertad. Que barato parece venderse la esencia de nuestra ciudadanía, acaso como síntoma de una sociedad con valores muy perturbados.
La informalidad, la educación saboteada y la ideologización determinada de cierta idiosincrasia mediocre tienen como resultado que, desde un principio, el ciudadano parece no estar consciente del poder que implica tener el privilegio y poder de tener participación directa en un sistema político ¿Acaso les diera lo mismo también tener un tirano?
Además, al aceptar vender nuestro voto por un táper o dos, estamos diciéndole a toda la nación peruana que no nos importa normalizar la corrupción y deslegitimar la institucionalidad. Nos quejamos tanto de nuestros gobernantes, pero olvidamos quién los puso ahí, así como que se ha enraizado la corrupción a lo largo de toda la cultura.
Tendremos una oportunidad nuevamente de elegir a quienes nos gobiernan. Que no nos extrañe si las viejas usanzas se mantienen, pero luego no nos será legítimo quejarnos de haber caído en la misma situación ¿Se puede siquiera imaginar un Perú sin corrupción?
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya