En psicología, una crisis es una oportunidad pero dependerá de cómo se maneje. Con ilusión, se convierte en una experiencia de crecimiento; con rencor y temor, en una experiencia de revictimización.
Las tensiones entre el Congreso y el Poder Ejecutivo que nos acompañan desde la elección de PPK y la mayoría fujimorista, han llevado al país a una sensación de inestabilidad continua. A ello se suman los descubrimientos de IDL – Reporteros que muestran las alianzas entre mafias y el Poder Judicial, y los grandes escándalos de corrupción investigados por la Fiscalía gracias a la caída de Odebrecht en Brasil. Estos escándalos de corrupción que involucran, entre otros, a todos los presidentes electos después de Paniagua, nos han mostrado la realidad del manejo económico y político de nuestro país.
La sensación es la de un país a la deriva, entrampado en la pugna de sus poderes, con un futuro sumamente incierto y con poca confianza en sus instituciones. Una verdadera crisis. Para algunos estamos peor que nunca, pero desde cierta óptica, estamos mejor que nunca.
¿Qué es una crisis? En psicología el momento de crisis de un sujeto se da cuando no puede soportar más su experiencia de vida. Algo ha ocurrido que sobrepasa su capacidad psíquica y genera un deterioro abrupto. Para un psicólogo bien advertido la crisis no es solo un problema que el sujeto debe enfrentar sino, sobre todo, una oportunidad de cambio. Las experiencias que originan una crisis se encadenan con las vivencias previas del sujeto y se enraízan en conflictos pasados no resueltos. Así, una crisis puede ser la oportunidad para sanar heridas antiguas que no fueron atendidas en su momento. Pero es cierto, una crisis también es un momento de riesgo que puede tener como resultado un deterioro mayor del sujeto. Dependiendo de cómo se maneje la crisis, el sujeto desarrollará cambios para bien o para mal.
Han sido impactantes las evidencias de las grandes sumas de dinero que habrían pasado por las manos de los gobernantes recientes y las muestras innegables de una forma de gobernar a todas luces ilegal. Ahora, aunque muchos se sorprendieron, la verdad es que nada de esto es novedad. Siempre hemos pensando que nuestros políticos son corruptos. Al punto que “todos roban” ha sido una verdad asumida por parte de los votantes. Las noticias sobre el tema solo han reconfirmado la verdad de esa frase. Pero los intentos de búsqueda de justicia vienen desnormalizando la corrupción. Haciendo cada vez más patente que no es una condición del sistema con el que hay que vivir sino un problema que es posible combatir. Así en las encuestas sobre gobernabilidad, democracia y confianza en las instituciones (del INEI) la corrupción ha pasado de ser el segundo problema de mayor importancia a convertirse en el principal problema para los peruanos. Muy por encima de la delincuencia.
Que haya corrupción en la política no es nuevo. Lo nuevo es que se la combata realmente. Así, lejos de estar en un mal momento, la posibilidad de combatir un mal que estuvo carcomiéndonos en silencio durante años puede ser señal de buenos tiempos. Cuando reina la sensación de que estamos peor que nunca es como en el enfermo que, aunque nada haya cambiado en su condición, se siente peor tan pronto sabe que tiene un diagnostico difícil. Pero en realidad, ahora que tiene un diagnóstico está en mejor capacidad de hacer frente a sus dolencias.
La confrontación entre el Congreso y el Ejecutivo nos ha llevado a una encrucijada. Da la sensación que el gobierno no avanza. Sus fuerzas están centradas en la confrontación de poderes en lugar de la ejecución de programas y elaboración de leyes necesarias para nuestro país. Sin embargo, esta situación de conflicto constante ha ido mostrando el verdadero rostro de muchos de nuestros políticos. Evidencia la lógica obstruccionista de muchos congresistas, quienes, aunque habiendo sido elegido por el voto popular, niegan la importancia de la voz popular, y se rehúsan a hacer las reformas políticas que el país necesita para asegurar mejores representantes. En esa negativa, dejan entrever cómo algunos se reconocen ellos mismos como una clase política obsoleta y que teme ser extinta por los cambios; otros, con preocupaciones más prácticas, parecen temer la perdida de la inmunidad parlamentaria debido a las acusaciones que ya caen sobre ellos; y, por supuesto, siempre claro quedan los que tercamente intentan denunciar este sistema o trabajan humildemente al margen de los grandes conflictos para poder construir lo poco que se puede en este contexto.
Esta crisis política abre las puertas para un cambio pues nos hace más conscientes del tipo de políticos que tenemos. Hoy, me parece, el peruano entiende mejor que nunca la importancia de la política para su vida cotidiana y resurge la conciencia política. En ese sentido quizás estamos llegando muy bien al Bicentenario.
En lugar de decir que llegamos con grandes escándalos de corrupción; podemos decir que llegamos finalmente enfrentando los problemas de corrupción. En lugar de decir que llegamos con un Congreso y un Ejecutivo enfrentado; podemos decir que llegamos tomando conciencia de la calidad de nuestros políticos y la importancia del voto responsable.
Pero toda crisis es una oportunidad y un riesgo. La oportunidad está clara pero el riesgo es que la desilusión de la política venza a la ilusión de la democracia y terminemos escogiendo, en nuestras próximas elecciones, alguna propuesta radical (de derecha, de izquierda o sin etiquetas) que, abusando del eslogan del cambio radical, termine siendo peor que la enfermedad que tratamos de curar.
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Sobre el autor:
Miguel Flores Galindo
Jefe de la Oficina de Formación Humanista de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.