La calidad de las universidades merece una atención cuidadosa y no la aplicación de matrices técnicas ¿Debe el Estado invertir en favor de instituciones que lucran con la educación y solo transmiten data? ¿Por qué hacerlo sería invertir en calidad?
Pronabec posee ahora un sistema por el que ofrece “incentivos” a los postulantes a las becas estatales. Si un postulante elige alguna de las primeras diez universidades preseleccionadas por Pronabec será bonificado hasta con diez puntos y si además postula a una de las carreras que el Pronabec considera prioritarias, podrá tener hasta otros diez puntos. En la práctica, un postulante podría no haber ingresado a la institución, pero gracias a los puntos extra se hará acreedor a una beca en la universidad y carrera elegidas.
Pronabec corre un riesgo, incluso moral, al elaborar un ranking de universidades con el que dirige la intención de los postulantes (). Es verdad que el sistema anterior era excesivamente variable y que había cierta confusión entre postulantes que se veían sometidos a la barbarie del marketing inescrupuloso de varias universidades con fines de lucro, pero la propuesta actual nos confronta con contradicciones que hay que anotar:
La primera: las universidades han sido sometidas a un riguroso proceso de licenciamiento por parte de la Sunedu, ¿qué valor tiene el licenciamiento si este no permite valorar a las universidades en igualdad de condiciones? La segunda: solo la Sunedu tiene el mandato de elaborar rankings, ¿por qué Pronabec tiene uno propio (le denomina Relación de universidades e institutos priorizados para el Concurso Beca 18, pero en la práctica es un ranking)? ¿No suple así una función de la Sunedu?
La tercera: no existe en el Perú ningún sistema propio de acreditación de universidades; función que le corresponde al Sineace, pero, al parecer, el Pronabec se propone cubrir este vacío elaborando su propio control de calidad. La cuarta: con lo dicho, no solo suple a la Sunedu, sino también al Sineace. La quinta: las primeras diez universidades priorizadas, por las que se otorgan puntos, son de Lima. ¿Por qué no mirar más allá de la centralización y evitar así el desarraigo de posibles becarios? La sexta: se priorizan carreras que se supone pueden ayudar a sacarnos de la pobreza extrema, pero dónde quedan las humanidades que parecen no tener ya ninguna relevancia ¿No tienen valor las humanidades y los valores transmitidos por ellas?
La calidad de las universidades merece una atención cuidadosa y no la aplicación de matrices técnicas. ¿No es pertinente, por ejemplo, que en un país en el que la educación ha sufrido tanta postergación, pensemos si se debe seguir promoviendo el binomio perverso: educación-lucro? Si se decide continuar haciéndolo, cada vez será más difícil escapar de esta jungla del mercado ¿Debe el Estado invertir en favor de instituciones que lucran con la educación? ¿Por qué hacerlo sería invertir en calidad? La calidad ¿no debería suponer una vocación sin esperar extraer beneficios a como dé lugar?
Existen universidades que nunca tuvieron entre sus propósitos formar a las personas, sino ofrecer un servicio para obtener beneficios; estas solo se dedican a trasmitir data. Hay que dejarse de hipocresías que fingen aborrecer la corrupción, pero apuestan por un sistema en el que cada uno vela por sí mismo para sacar el máximo provecho. Estamos hipotecando el presente y el futuro al mercado. “Habrá que declararse un incompetente en todas las materias del mercado” (Fito Paez), pero recordar que tendremos personas con dinero en el bolsillo, pero ni más felices ni mejores ciudadanos. Sea pues.
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Sobre el autor:
Rafael Fernández Hart, SJ.
Rector de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya