Ni Dios ni la religión son un argumento para denostar el enfoque de género en las escuelas. El temor es válido, pero no así la desinformación y la falta de interés por comprender la propuesta educativa.
El problema del enfoque de género no es que un sector de los cristianos (católicos y no católicos) esté en contra. El problema de fondo es que la mayoría de los que lo critican no se ha esmerado en comprender de qué se trata. El peruano promedio se resiste a los cambios y a todo lo que ponga en cuestión cierto statu quo. Habitualmente el statu quo priva a las personas de dignidad o del acceso a los bienes y derechos propios de la sociedad democrática contemporánea.
Ahora bien no pienso que ningún juez pueda contradecir a Dios ni oponérsele como lo leí en un twitter que fue tendencia el sábado último. Creo que conviene explicarse. El enfoque de género promovido ahora por el Estado peruano ha provocado que, en su deseo de argumentar en contra, algunas personas tomen la religión o la Biblia para justificar que Dios no quiere ese enfoque que propicia la igualdad, o peor aún, que Dios vomitará y destruirá a quienes sean homosexuales. Ojo, son dos temas distintos, aunque asociados en el discurso conservador que circula en el medio y que representa, es verdad, a un número significativo de peruanos. Entonces, ¿puede un juez contradecir a Dios? No veo la forma y ese uso de la idea de Dios es injusto. Pero, además, la única manera como podría ocurrir este hecho insólito sería conociendo a ciencia cierta lo que Dios ha dicho con relación a la orientación sexual o al enfoque de género. Las certezas que proceden de la fe no compiten con la ciencia; la integran para darles propósitos excelsos.
Una teología mal aprendida hace pensar que los textos del Antiguo Testamento se bastan a sí mismos, como si no supiéramos que para un cristiano la Santa Escritura se lee desde la persona de Jesu-Cristo. El hecho de que toda la Escritura sea cristocéntrica supone que la revelación fue procesual y que todo lo anterior a Jesús, desde el inicio de la Biblia, forma parte de un itinerario que concluye en Jesús, el hombre y Dios bueno y compasivo y sobre todo, el hombre-Dios que renuncia a dominar o a controlar. Dios no dice que no quiere al juez; ni que el enfoque de género es una maldad. ¿Para qué completaríamos nosotros una Santa Escritura cuya interpretación ya es suficientemente compleja? No conviene pues citar a tiempo y a destiempo el Antiguo Testamento sin darse el trabajo de mirar la totalidad de la Santa Escritura a la luz de Jesucristo.
No se puede negar que cuando se lee así la Santa Escritura se caen nuestras estructuras más antiguas. Por eso el mensaje de Jesús no era aceptado ni reconocido por muchos de sus contemporáneos; como lo dice Dostoievski en El gran inquisidor. A diferencia del tiempo en que vivió Jesús, hoy comprendemos mejor al ser humano, sin embargo, este mayor conocimiento y reflexión sobre nuestra naturaleza despierta temor en alguna personas que se sienten perdidas e incluso impotentes ante los cambios, pero no creo para nada que el modo de evangelizar la historia del mundo sea diciendo que todos están equivocados. Ni el enfoque de género es satán; ni la orientación sexual es una opción. Debatir, por cierto, debe ser siempre una posibilidad en un Estado de derecho; pero Dios y la religión no son un argumento tal como se han esgrimido.
Nuestro imaginario social (Taylor) se ha modificado a una velocidad alucinante; corresponde reinterpretar nuestro imaginario cósmico (donde está el Dios de Jesucristo) por el que descubrimos los grandes sentidos de nuestras vidas, como la esperanza, la solidaridad, la justicia y la paz. Como decía Dostoievski, si Jesús volviese a vivir entre nosotros, lo crucificaríamos porque sus ideas anunciarían reformas y pondría en debate los temas de nuestro tiempo.
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Sobre el autor:
Rafael Fernández Hart, SJ.
Rector de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya