¿Cómo hablamos hoy de ética? Frente a los escándalos de abuso, violencia y corrupción que los medios explotan hasta el último detalle, a menudo respondemos lamentando la pérdida de valores que nos habrían protegido años atrás contra esa descomposición ética. Vale la pena considerar qué expectativa de convivencia social subyace a esa demanda de recuperación de valores debilitados y en qué medida puede ser compatible con una sociedad pluralista y democrática.
¿Cómo sería una sociedad que recuperara sus valores debilitados o perdidos? Podríamos imaginarla como una comunidad armónica que valora más o menos unánimemente formas reconocidas de vivir y convivir. Cabe preguntar, sin embargo, hasta qué punto esa unanimidad añorada toleraría la pluralidad de concepciones de una vida buena – diferentes modelos de vida en lo sexual, político, religioso, ético, etc. – que deberían ser garantizados por una sociedad democrática. Consideremos dos problemáticas ante las que frecuentemente se invoca como respuesta la recuperación de valores e, implícitamente, se subordina ese pluralismo.
La “familia amenazada”
Al reclamar la recuperación de valores para fortalecer a la familia contemporánea, hay una diferencia importante de enfoque entre asumir sus problemas internos y denunciar sus amenazas desde el exterior. El primer enfoque podría, por ejemplo, preguntarse por los nuevos desafíos para cada miembro de la familia venidos con los cambios sociales, económicos y culturales que han transformado los espacios, momentos y formas de encuentro familiar. Ese preguntar puede llevar, al interior de la familia y entre diferentes familias, cómo se vive el ascenso en las tasas de divorcio, la exposición pública de casos de violencia doméstica, el temor ante la agresión sexual contra hijos e hijas, etc. El segundo enfoque, sin embargo, soslaya la responsabilidad propia frente a estos cambios, problemas y nuevas exigencias a la familia, para concentrar toda la atención en un culpable específico y exterior: las feministas, las personas homosexuales, las agencias de desarrollo internacional que promueven derechos de grupos invisibilizados, etc. Casi siempre, todos estos culpables son confundidos en una sola etiqueta como la de “promotores de la ideología de género”. En este caso, la denuncia por la extinción de los valores enmascara el lamento por la existencia de estos grupos que “antes no existían”. A la inversa, la restauración de esos supuestos valores implicaría la desaparición de esos grupos porque, finalmente, son “inmorales” en sí mismos desde el momento que no comparten las mismas valoraciones. La denuncia y el proyecto restaurador de estos grupos no solo se desentienden de conocer y debatir los argumentos de los enemigos que se crea – caricaturizándolos en una amalgama de prejuicios, afirmaciones descontextualizadas y dramatización apocalíptica –, sino que, sobre todo, se descarga de la obligación de hablar sobre la propia responsabilidad en los problemas y soluciones en la vida familiar.
Lea el artículo completo en la Revista Ideele N°279
Sobre el autor:
Víctor Casallo