Desde mediados del siglo XIX hasta finales del siglo XX la polémica entre economistas y políticos ha girado en torno a cuál era la fuente de la riqueza: el capital o el trabajo. Con la revolución soviética, que en estos días cumple cien años, esta polémica se hizo mundial, y marcó el alineamiento de países y partidos a escala global.
En 1994, Peter Drucker, uno de los padres de la administración moderna, intervino en esta discusión, planteando lo siguiente: la verdadera fuente de la riqueza ya no es el trabajo ni el capital, ahora es el conocimiento. Explicó que las dos aplicaciones del conocimiento a la producción son la innovación y la productividad. Desafió a los economistas clásicos, marxistas, neoclásicos, liberales y keynesianos. Actualmente, los dirigentes de los países líderes aceptan esta verdad, diseñan sus políticas y orientan sus recursos hacia el conocimiento: educación de calidad (en todos los niveles), inversión en investigación científica y tecnológica, promoción de la innovación, facilitación del emprendimiento intensivo en conocimiento, apoyo a las exportaciones con valor agregado, entre otras políticas.
Estados Unidos ha creado las mejores universidades del mundo, y ha generado las empresas más valiosas, basadas en el conocimiento: Apple, Google, Microsoft, Amazon, Facebook y Tesla. China tiene el mayor número de científicos e ingenieros en el mundo, y registra más de un millón de patentes al año (Estados Unidos solo alcanza al medio millón). Alemania es el mayor productor de maquinaria sofisticada (incluyendo a los robots industriales), el sector más innovador de todos. En estos países, y los muchos que siguen su ejemplo, la preocupación mayor de sus CEO, ministros y rectores no es buscar más capital en los bancos, sino encontrar y comprometer al talento, pues si no lo hacen ellos, lo hace la competencia. Hoy, el capital sobra, el talento es escaso.
En América Latina solo hay dos países que tienen claro este cambio de paradigma, e invierten en conocimiento: Brasil y Chile. En el Perú todavía se prioriza el capital. Desde el presidente hasta el último funcionario están obsesionados con atraer a la inversión privada extranjera, considerándola la única fuente del crecimiento. Somos los que menos invertimos en educación, casi no invertimos en ciencia y tecnología, tenemos a nuestras universidades públicas en el abandono, y persiste una fijación por las actividades de menor conocimiento y valor agregado: las materias primas. Incluso hay sectores políticos y religiosos, que siguiendo el ejemplo de Donald Trump, basan su accionar en mentiras y falsedades, atacan a la ciencia, conviven con la informalidad y alientan la corrupción.
Desgraciadamente, la fijación por el capital y el desprecio por el conocimiento se dan la mano, condenando al país a la mediocridad.
Publicado en El Peruano el 20/11/2017
Sobre el autor:
Fernando Villarán
Profesor principal de la Facultad de Ingeniería y Gestión de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM)