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31 octubre, 2017

[Artículo] La casa común radiactiva

        A inicios de octubre, la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés) recibió el Premio Nobel de la Paz. Semanas antes, el Perú había declarado persona no grata al embajador de Corea del Norte, condenando así la actividad nuclear de ese país y sus ensayos balísticos, tal como lo hizo México. Aunque, como afirman algunos analistas, los ensayos de armas nucleares son una ostentación de poder más que una amenaza de ataque inminente, sus impactos ambientales no pueden pasar desapercibidos.

Un artículo de la revista Ambio, de octubre de 2014, da cuenta de que entre 1945 y el 2006 se llevaron a cabo más de 2,000 pruebas nucleares, 85% de las cuales fueron efectuadas por Estados Unidos y la Unión Soviética. La energía liberada se calcula en 530 megatones, el equivalente a más de 30,000 bombas de Hiroshima. La contaminación nuclear ha tenido graves impactos en el ambiente y en la salud humana, predominantemente en las zonas donde se realizaron los ensayos.

Ahora se sabe que los océanos reciben una cantidad significativa de isótopos radiactivos emitidos inicialmente a la atmósfera, lo que genera efectos devastadores en los ecosistemas marinos. A estos efectos hay que agregarles los que se producirían por efecto de cambios climáticos inducidos por un conflicto nuclear de grandes dimensiones. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reportado la alta vulnerabilidad de los árboles a las radiaciones, con efectos nocivos sobre la agricultura y la seguridad alimentaria global. Si la lluvia radiactiva se deposita en las superficies de las plantas o se absorbe a través de sus raíces, la población humana puede verse afectada al alimentarse de esos cultivos o del ganado que se alimentó de ellos.

Si bien el primer tratado sobre armas nucleares (PTBT, en inglés) frenó la intensidad de las pruebas atmosféricas y sus impactos en el ambiente y la salud, no prohibió la realización de pruebas subterráneas, práctica que significó la liberación de inmensas cantidades de material radiactivo en ambientes subterráneos, así como los peligros relacionados con fugas de gases radiactivos o su transporte por medio de los vientos.

La exposición a la radiación puede matar o alterar las células vivas, con el peligro consecuente sobre órganos vitales. El efecto puede ser percibido de inmediato o transmitido a los descendientes de las personas afectadas. El artículo de Ambio citado revela una alta correlación entre el incremento en la incidencia de cáncer de tiroides y los ensayos nucleares realizados en Estados Unidos. A 52 años de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, urge apoyar iniciativas como ICAN para prohibir las armas nucleares en defensa del ambiente y la población, a menos que no nos importe vivir en una “casa común” radiactiva.

 

Artículo publicado en El Peruano el 30/10/2017:

Sobre el autor:

Jorge O. Elgegren

Director de la Escuela de Economía y Gestión Ambiental de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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