Las distintas filosofías, doctrinas o ideologías políticas modernas y contemporáneas coinciden en que hay que organizar la vida política, económica y social con la finalidad de avanzar en la construcción de una sociedad en la cual los hombres puedan vivir y relacionarse en plena libertad.
En el actual momento, el régimen político democrático es el que nos brinda el mejor soporte a nivel político-institucional para avanzar en el camino hacia una sociedad libre de todo tipo de relaciones de dominación, es decir, en el logro de una sociedad democrática. La versión de gobierno democrático más difundido es el de la democracia liberal y representativa, pero con cada vez más canales de participación ciudadana.
Pero esta democracia moderna que surge, en el caso de la Europa occidental, con la incorporación del sufragio universal a fines del siglo XIX y comienzos del XX, recién logró su consolidación y sostenibilidad después de la Segunda Guerra Mundial. Estos modelos de democracia representativa que fueron exportados a otros continentes se instalaron inicialmente en países organizados políticamente sobre estructuras nacidas y desarrolladas en los tiempos de los Estados monárquicos: la centralización del nuevo poder posfeudal y el crecimiento de un aparato burocrático (administración pública) a nivel de todo el territorio estatal fueron dos importantes características en este período.
En sus primeras etapas, el Estado moderno intentó –con distinto éxito– crear un Estado con una sola nación (Estado-nación), para lo cual la nación dominante utilizó principalmente dos instrumentos homogenizadores, como fueron la imposición a las poblaciones, etnias o naciones existentes bajo sus dominios de un solo idioma oficial y de una sola religión. Es este modelo de Estado que está en crisis e implosionando en diversas latitudes desde hace un buen tiempo: las desaparecidas Yugoslavia y Checoslovaquia, Quebec, Irlanda, Escocia y ahora Cataluña.
El Estado moderno y la democracia representativa se construyeron en sociedades de los siglos XVIII, XIX y comienzos del XX, donde existieron sistemas económicos, sociales y culturales que tuvieron ciertas características, hoy casi inexistentes en dichos países. Los actores políticos, económicos y sociales que permitieron que dicho Estado y tipo de democracia funcionaran ya no existen. Estas mutaciones están haciendo crujir las viejas formas de organización estatales, reclamando nuevas maneras de organizar nuestras sociedades y continuar en la construcción de comunidades libres y democráticas. El conflicto en Cataluña también puede ser leído en esta clave.
Analizando el caso del Estado peruano desde una perspectiva positiva, la juventud (y por tanto, fragilidad) de nuestras instituciones políticas nos permite imaginar nuevos y realistas caminos en este largo proceso de democratización, en el cual recién estamos dando nuestros primeros pasos.
Publicado en el diario El Peruano (21/10/2017)
Sobre el autor:
Carlos Fernández Fontenoy
Coordinador de la Maestría en Ciencia Política de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya