La banalización de la política llama a reflexión. Si la crisis de nuestra política se acentúa y profundiza, ello se debe a que nuestros políticos se alejan de manera continua, constante y creciente de la ética, que debiera ser el soporte y motor de sus acciones en la cosa pública.
Las consecuencias de la escisión entre ética y política son lamentables: no solo se resquebraja la ciudadanía, sino que también se debilita la institucionalidad democrática que soporta nuestra vida cotidiana. Nuestros políticos y políticas profesionales no parecen caer en la cuenta de la labor constructiva que tienen entre manos. Parece como si no se dieran cuenta de que el mayor desafío que tienen al frente como peruanos y peruanas es aportar a la auténtica y honesta construcción del Perú. Más todavía, parece como si no tuvieran voluntad de trabajar por el Perú y, peor aún, como si no sintieran pasión por el Perú.
Sin duda alguna, el mayor trabajo es construirnos a nosotros mismos como país. Ya lo decía Hegel, “nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión”. Por ello, es indispensable una pasión firme e incontestable por el Perú. Con esa pasión a flor de piel y una auténtica voluntad de trabajo, nuestros políticos y políticas profesionales, que ocupan cargos públicos, podrían superar la crisis actual y llevar la política a un nuevo estadio: un estadio más constructivo.
Ahora bien, sin pasión por el trabajo, está claro que no puede haber trabajo verdadero, porque para trabajar bien, debemos tener un impulso fortísimo que nos conduzca y oriente hacia nuestro norte: no existe otro punto de partida. El trabajo apasionado es lucha, constante y continua, contra la banalidad que nos acecha permanentemente. Solo quien conoce y reconoce el verdadero valor del trabajo sabe ponderarlo en su debida medida como motor de desarrollo social.
Los mejores y más genuinos aportes provienen de los peruanos y las peruanas que han aprendido a conciliar lo mejor de la pasión con la inquebrantable voluntad de trabajar por la construcción del Perú. Lo han conseguido sincronizando pasión, esfuerzo y trabajo. Finalmente, el trabajo no es solo una cuestión privada, atomizada en el individuo, sino que, como lo reconoce por ejemplo la tradición alemana, nuestro trabajo tiene repercusión en la vida de los demás.
No porque la política se aleje de la ética el vínculo entre ellas desaparece. Se debilita, es cierto, pero sigue existiendo. Soterrado y oculto bajo la máscara enajenante de lo banal, que todo lo corroe, deteriora la dignidad de las personas, menoscabando la calidad de vida del pueblo peruano, ese vínculo aguarda a recuperar su plena vigencia. Si nuestros políticos trabajaran en reconstruir el vínculo indesligable entre la ética y la política, pronto encontrarían la salida para disolver la banalidad que nos afecta a todos los peruanos.
Artículo publicado en El Peruano el 16/10/17
Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya