Que la amistad y el amor son sentimientos, emociones y vivencias distintos y diferentes es un hecho que fue ya reconocido incluso por los primeros filósofos que trataron ambos temas.
Borges da en el clavo cuando señala que un cierto componente de ansiedad inevitable puede ser un punto de inflexión para descubrir y reconocer la diferencia entre la serena amistad y el siempre inquieto amor. Con Bauman podríamos estar de acuerdo en que el amor tiende a su licuefacción continua. No recuerdo representaciones solidificantes del amor. Por el contrario, casi todas las representaciones que vienen a mi memoria coinciden en señalar la naturaleza líquida del amor: una sustancia en movimiento, volátil, etérea, efímera.
Schopenhauer, en páginas memorables, señala la ubicuidad del amor, que se introduce en las minucias de la vida cotidiana y los pormenores infidentes de los amantes. Líos y enredos sentimentales dan motivos a los escritores para entrenarse y adiestrarse en el cultivo de la prosa y la poesía erótica, por ejemplo, y también son tema en la pintura, la música y el teatro hasta el siglo XVIII. También la fotografía y el cine harán lo propio en los siglos XIX y XX.
En lo que va del siglo XXI, la consolidación de Internet y el ‘boom’ de las redes sociales han puesto en entredicho las representaciones tradicionales, provenientes, en su mayoría, de un principio de autoridad heteronormativa que, con el cuento de las soluciones manufacturadas para los desafíos vitales, anula la agencia de las personas o la restringe al mínimo.
Para Borges, la diferencia entre el amor y la amistad es ineludible: no se puede evitar ni se puede fingir. No solo es una cuestión abstracta, conceptual. Borges recalca la dimensión práctica de un saber tal, e incluso la utilidad que brinda saber distinguir y discernir la diferencia entre ambos modos de sentir y estar en el mundo, además de los beneficios para la salud afectiva, psíquica y aun social. No es poca cosa. Es una buena prueba práctica cuando tenemos dudas sobre lo que sentimos o sobre lo que sienten por nosotros. Para bien o para mal, es una respuesta a considerar con realismo.
A diferencia del amor, sostiene Borges, la amistad puede prescindir de la frecuencia. La experiencia nueva de las redes sociales y su todavía activa y creciente difusión nos obliga a repensar las nociones tradicionales no solo de la amistad y el amor, sino de prácticamente todas las categorías que empleamos diariamente en el mundo de hoy. Nunca antes había bastado con un clic para que dos personas traben amistad, aunque no se hayan visto antes, aunque no lleguen a verse nunca cara a cara. ¿Es verdadera amistad, verdadero amor?
Artículo completo publicado en El Comercio el 13/10/17
Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya