El 19 de septiembre de 1985, mi madre me llevaba al paradero del bus escolar para dirigirme al Colegio Campestre de México. Tengo recuerdos borrosos de lo que sucedió después, solamente viene a mi mente estar en el auto con mi amigo Pedro y sus padres. Ellos nos hacían la conversa para no darnos cuenta de la zona de guerra que se había convertido la ciudad. Ese fatídico día del terremoto de 8.1 grados, de acuerdo con cifras oficiales, murieron 12 mil 843 personas. Cifras extraoficiales elevan el número a más de 20 mil. De lo que sí tengo recuerdos más claros es de los partidos de fútbol que organizaba con otros niños en el albergue para damnificados. La réplica de 7.3 grados un día después nos había agarrado por sorpresa y dejamos las llaves dentro de la casa. La zona donde vivíamos, la Colonia Roma, fue una de las más golpeadas.
Ante la magnitud de la desgracia, el Estado decidió implementar una política de prevención de desastres que puede dividirse en tres grandes hitos: El primero fue identificar el problema, dígase la informalidad y la corrupción del sector construcción. En este ámbito, el papel de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) fue simplemente extraordinario. Desarrolló nuevos materiales, protocolos, estructuras, procedimientos. Acá no hubo “tramitología” que valga, simplemente la vida y la seguridad de las personas fueron primero. Segundo, se desarrolló una cultura sísmica, sindicatos, centros educativos, medios de comunicación se comprometieron en adoptar altos estándares de seguridad y en capacitar a la gente. Sobre este punto ayudó mucho la fortaleza institucional de los actores sociales de México y el gran número de sismos de más de 7 grados que ocurrieron después de 1985. Dichos sismos sirvieron como recordatorio y para mejorar y perfeccionar estrategias y lineamientos. Finalmente el uso de la tecnología, por citar un ejemplo, las empresas, industrias y establecimientos de mediano y alto riesgo están obligados a instalar un equipo de alertamiento sísmico de acuerdo al Artículo 77 de Reglamento de la Ley del Sistema de Protección Civil de la Ciudad de México. La citada alerta también llega a los celulares, es decir los capitalinos tienen 68 segundos antes de la llegada del sismo, tiempo que puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
En abril del 2009, un estudio del Centro de Estudios y Prevención de Desastres (PREDES) con el Instituto Nacional de Defensa Civil (INDECI) estableció que de darse un sismo de gran intensidad en Lima habría 51 mil fallecidos, 686 mil heridos, 200 mil viviendas destruidas y 348 mil viviendas inhabitables. Hace pocos días, el Ministro de Defensa, Jorge Nieto, anunció la adquisición de un sistema de alerta temprana como el mexicano, iniciativa que sin duda alguna apunta hacia la dirección correcta. Sin embargo nos falta muchísimo todavía. ¿Qué estamos esperando?
Artículo publicado en El Peruano 18/09/2017
Sobre el autor:
Alonso Cárdenas
Docente de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya