La huelga magisterial impresiona por su capacidad de convocatoria y su irrupción como movimiento social que, en una primera mirada de los acontecimientos, parece desbordar el marco institucional y sus reglas de juego, tanto las formales como las que se van creando en las negociaciones que se emprenden entre las autoridades y quienes formulan las demandas. Nos topamos, además, con las dificultades para reconocer interlocutores. Entre otras razones porque, junto a los reclamos que se le plantean al gobierno, se encuentra también en disputa la dirección del gremio de maestros y dirigentes con diversas orientaciones, algunas de ellas antidemocráticas, que reclaman –y en ocasiones logran– establecer una agenda. Es necesario, si tomamos en cuenta la dramática historia del país en las últimas décadas, estar advertidos de ello, pero no incurrir en condenas indiscriminadas como una forma de no comprender lo que está sucediendo. Eso nos puede llevar a situaciones sin salida y hasta a ampliar la capacidad de convocatoria de aquellos a quienes se quiere enfrentar.
Sabemos que estamos ante un gobierno débil y en ocasiones errático si nos atenemos a las declaraciones que se disparan en diversas direcciones entre el presidente y sus ministros. Sabemos que la mayoría del Parlamento juega al límite en el cuestionamiento incesante de las decisiones que toma el Ejecutivo. Por otro lado, la decadencia de partidos y gremios que se arrastra desde antes del retorno de la democracia bloquea tanto la representación como el diálogo. La situación que estamos enfrentando obliga a dejar de decir lo mismo una y otra vez y emprender una tarea de reconstrucción política. Ello solo se puede alcanzar si se prescinde de discursos sentenciosos sobre lo que debe hacerse y se desarrolla una estrategia realista que tome en cuenta los actores políticos con los que contamos y el alcance de los cambios que les podemos exigir y que son, relativamente, capaces de lograr. Acaso porque estar ante un despeñadero puede tanto provocar situaciones de pánico como obligar a la lucidez que va por el camino de nuevas ideas y alternativas.
En el indiscriminado juego de la “caza” del ministro o la ministra se van aislando tanto el Ejecutivo como el Parlamento. En la falta de comprensión de lo que ocurre en la sociedad por parte del gobierno y de su incapacidad para actuar sobre ella encuentran oportunidad nuevos actores, algunos, inclusive, por fuera del sistema. Los ministros deben ser seleccionados, no solo por sus capacidades técnicas, sino también por sus habilidades para negociar. Y el gobierno debe ampliar el reducido elenco de los que considera competentes para esos cargos si quiere superar una situación que parece asfixiante.
La mayoría de los sindicatos que han tenido vigencia por largos años se han debilitado –el Sutep entre ellos–. Se puede ser un opositor frontal a sus propuestas ideológicas, sus criterios de organización y algunas de sus prácticas. Pero es innegable que el Sutep era un obligado referente para establecer tanto los alcances de un conflicto como los espacios para la negociación. Asistimos a la pérdida progresiva de su liderazgo. La nueva generación de maestros poco tiene que ver con dirigentes de una dilatada trayectoria. Si no es por convicción, cabe esperar que surja como necesidad democratizarse y descentralizarse, dándole mayor incidencia a los ámbitos regionales.
Las dificultades de todos estos protagonistas políticos y sociales explica, si bien solo en parte, la visibilidad que han tomado fuerzas políticas y voceros radicales e intransigentes. Y que un considerable grupo de maestros haya encontrado en estos voceros un espacio receptivo para hacer valer y hasta ampliar sus demandas.
En el vértigo de los acontecimientos olvidamos que existía una base razonable de acuerdos: adelantar la remuneración básica a S/2.000 para diciembre de este año, duplicarla al 2021, proseguir la reforma magisterial evaluando desempeños pero ampliando las capacitaciones previas y dando garantías de que no se amenaza la estabilidad laboral. Solo que los interlocutores no advertían el nivel de aislamiento en que se encontraban.
Las huelgas que van tomando expresiones propias de un movimiento social van perdiendo por lo general seguidores y llegan a un punto final donde lo conseguido probablemente termine siendo, en este caso, lo mencionado en el párrafo anterior. En un conflicto, la mayoría de quienes intervienen hacen un aprendizaje sobre sus capacidades y debilidades tanto propias como la de sus adversarios, y redefinen o persisten en sus estrategias. Lo que puede advertirse desde cualquier postura es que estamos ante un punto de inflexión.
Una nueva situación social y política está emergiendo, cuyos contornos no terminan de definirse pese a que muchos de los que opinan sobre el tema llegan a apresurados diagnósticos y conclusiones. Solo cabe esperar que quienes se encuentran comprometidos con la democracia entiendan que la energía con que deben tomarse algunas decisiones debe conjugarse con la inteligencia para comprender lo que está ocurriendo y sobre las acciones que se requieren desplegar.
Artículo publicado en El Comercio 20/08/2017
Sobre el autor:
Romeo Grompone
Investigador del IEP y docente de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya