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23 marzo, 2021

[Artículo] Arturo Sulca: Poder y subjetividad, de la sociedad disciplinaria a la psicopolítica

   Las relaciones de poder nos constituyen. Michel Foucault (1998) ha planteado que no existe nada como el ‘gran Poder’ frente al que se oponga el ‘gran Rechazo’: solo existen múltiples, heterogéneos, desequilibrados, tensos e inestables entrelazamientos de relaciones de poder que producen modos de subjetivación, campos del saber, regímenes de verdad y técnicas de gobierno de formas complejas, móviles y localizadas en la historia. En este artículo, examinaremos en clave foucaultiana tres de los principales diagramas para conceptualizar el poder del mundo moderno: el poder soberano, el poder disciplinario y el psicopoder.

En principio, es necesario prevenirnos de cualquier reificación del poder: el poder no es una cosa que se pueda tomar o tener; antes bien, implica un juego de estrategias, técnicas y acciones para incidir sobre los cuerpos y las subjetividades, para conducir las conductas de los individuos (Foucault, 2002, 1998 y 2015). Ahora bien, el poder soberano es el régimen de poder más sostenido en la negación de la libertad, en la represión de las conductas y en dar la muerte sin mayores dilaciones (Foucault, 2002 y 1998). Durante la época de las monarquías administrativas de Europa, si alguien cometía alguna transgresión contra el orden sociopolítico, el rey podía condenar al patíbulo a quien fuere y ordenar su muerte en un espectáculo público, previa tortura. Se mataba a unos para conservar el “equilibrio” de la comunidad. El poder soberano tenía una intervención directa sobre los cuerpos solo para dar la muerte siempre desde la autoridad central del monarca[1].

Con la Ilustración, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, especialmente durante el siglo XIX, emerge una nueva disposición de las relaciones de poder, de la producción de saberes y de modos de devenir sujeto, a saber: el poder disciplinario (Foucault, 2002 y 2007a). A diferencia del poder soberano, el poder disciplinario deja vivir a los individuos humanos gobernados bajo la categoría biopolítica de “población”. En efecto, el poder disciplinar fomenta la reproducción biológica de la vida, pero gestionándola bajo la consigna de la eficiencia administrativa de las nuevas sociedades industriales, urbanas, modernas, occidentales. Así, el poder disciplinario se enfocaba en mantener vivos los cuerpos bajo las premisas de la docilidad, la productividad y la utilidad. Gilles Deleuze (1999) enfatiza que los espacios sociales de los que habla Foucault en cuanto al poder disciplinario son espacios arquitectónicos de encierro panóptico: la casa, la escuela, el hospital, el asilo, el cuartel, el prostíbulo, la prisión y la fábrica, principalmente. Foucault (2002) advierte que la institución moderna de encierro por antonomasia era la prisión, pues se trataba del dispositivo que materializaba el ideal liberal planteado por Jeremy Bentham en el siglo XIX: el panóptico. Este era una estructura arquitectónica para vigilar que los cuerpos y las subjetividades actuaran dóciles, productivos y útiles. Sea como fuere, el panoptismo implicaba la obediencia irrestricta a las normas sin tener la necesidad de que la autoridad vigile explícitamente. La norma social de la que habla Foucault (2002 y 2007a) se instala como un poder sobre la vida, más concretamente para incidir lo más posible sobre la “nuda vida”, la vida desnuda, aquello que los griegos dieron en llamar la zoè (Agamben, 1998).

Ahora bien, para entender de manera más compleja el poder disciplinario es preciso comprender su articulación con la producción de la normalidad y de la anormalidad (Foucault, 2007a). La “anormalidad” física o mental no es algo que fácticamente exista; por consiguiente, no tenemos tampoco ningún correlato en la realidad (natural, psíquica o social) para la “anormalidad”. Antes bien, la normalidad es un dispositivo de producción de individuos encuadrados en las coordenadas de la finitud humana imaginadas desde las ciencias humanas aparecidas entre finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX en Europa. Desde las nuevas técnicas de poder, “el Hombre”, “la humanidad” o la “especie humana” se operativizaban en el individuo normal (Foucault, 2007b y 2006). El problema es el carácter evanescente del sujeto normal, puesto que paradójicamente solo puede definirse oponiéndolo a su contrario: lo anormal. Es el fantasma de la anormalidad lo que acosa a los gobernados por el poder disciplinario, esto es, el temor de ser caracterizado como un “individuo peligroso” o un “desvío moral” para las normas biopolíticas y de quienes la sociedad tendría que protegerse: negar la vida de los anormales para proteger la de los normales (Foucault, 2007a y 2006). Pero ¿quiénes son los anormales para el poder disciplinar? Aquellos cuyas subjetividades, temporalidades y corporeidades no se ajustan a los dictados de “la razón” y de “la verdad” a propósito de la vida biológica y el trabajo productivo. Se consideraba anormales a los locos, a los monstruos morales, a los criminales, a las mujeres histéricas, a los niños masturbadores, a los adultos perversos, etc. A cada tipo de anormalidad se le asignaba un espacio panóptico de reclusión específico: a los enfermos mentales el hospital psiquiátrico, a los delincuentes la cárcel, a los niños masturbadores el colegio o la casa, etc. Cualquiera podía deslizarse hacia los confines de la anormalidad. Por eso, la prioridad era expandir los mecanismos de vigilancia, pero, al mismo tiempo, promoviendo la autonomía del individuo, lo que resulta ser una flagrante contradicción: el ´humanismo liberal promovía la iniciativa individual en la política, la economía, la sociedad y la cultura, pero sin renunciar al ensamblaje de dispositivos panópticos y normalizadores.

Con el paso de los siglos han aparecido nuevas tecnologías de poder. Si bien el poder soberano y el poder disciplinario subsisten, no obstante, lo crucial es estudiar que nuevas relaciones de poder han aparecido en el pasado reciente. ¿Cómo entender las nuevas técnicas de poder que emergen en las sociedades neoliberales del presente? A diferencia de lo que se suele creer, la sociedad neoliberal no se reduce a políticas económicas. Como lo sostienen Christian Laval y Pierre Dardot (2013), el neoliberalismo es la nueva razón del mundo, una racionalidad política, una forma de vida que va más allá de las meras coerciones, más allá de las prácticas de violencia o de las prohibiciones. Frente a ello, Byung-Chul Han (2014) sostiene que la psicopolítica es la clave del neoliberalismo en tanto nueva técnica de poder del presente. La psicopolítica no implica ya la intervención sobre lo visible de los cuerpos de los vivientes; antes bien, implica una violencia neuronal y una gestión de las emociones a favor de la generación permanente de una sociedad del rendimiento que tiene como contracara la sociedad depresiva (Han, 2012). El sujeto del rendimiento debe ser un empresario de sí mismo tratando su afectividad bajo la racionalidad de la administración: se debe conducir hacia las emociones positivas, especialmente la felicidad, puesto que esa es la mejor manera de generar rentabilidad en una vida que se pretende plenamente gobernada por la economía.

Smart es una palabra inglesa que significa inteligente, elegante, pulcro, aseado, correcto. A partir de allí, Han (2014) señala que la psicopolítica neoliberal es un smart power, poder inteligente, poder elegante, porque, a diferencia del poder disciplinario y del poder soberano, el psicopoder ya no es un poder que se dedique a constreñir todo el tiempo; no es un poder que se focalice en las limitaciones disciplinarias del cuerpo sino, más bien, que, a través de un nuevo panoptismo digital, trabaja con el control de la psique. Para el neoliberalismo, según Han (2014), el sujeto de la psicopolítica debe asumir siempre las vivencias de manera optimizada, de modo tal que a lo que se alienta es a la construcción de un proyecto individual bajo la consigna de ser libre.

El capitalismo neoliberal propone a los individuos ser flexibles como forma de replantear la servidumbre. Han (2012) afirma que el nuevo esclavo es al mismo tiempo su propio amo. El sujeto psicopolítico del rendimiento neoliberal se da todas las libertades para optimizar sus vivencias, para positivizar sus emociones, para apartar del paso todo sentimiento negativo, todo afecto complejo que pueda desestabilizar al individuo en tanto posibilidad de realización bajo la competencia económica. La lógica del mercado es, así, la lógica de la construcción de la subjetividad. Se nos lanza a ser empresarios de nosotros mismos. Estamos en la época del management emocional, en la que abundan una serie de psicoterapias y de entrenadores motivacionales. Estas tecnologías gubernamentales contribuyen a la formación de individuos en tanto sujetos de éxito capitalista. En este sentido, lo que está prohibido para el homo economicus del neoliberalismo es sentirse infeliz. El modelo de sujeto es la empresa; por ello, la individualidad se empresarializa, vale decir, es gobernada por la racionalidad empresarial.

Para concluir, debemos aclarar que los modelos teóricos aquí descritos son propuestas para comprender la compleja heterogeneidad de lo sociohistórico. Se trata de tomarlos como grillas de inteligibilidad que se entrelazan, se confunden y se muestran porosas. No existen teorizaciones completas ni definitivas. No obstante, tenemos que estar advertidos que de nuestras concepciones de poder y de sujeto dependerán muchas de las ideas que planteemos en el ámbito del análisis cultural y la crítica social. Más aún, muchas de las acciones políticas que se emprendan desde el Estado o desde la sociedad civil dependen de cómo pensemos las vinculaciones entre subjetividad y poder. Sea como fuere, sin teorías críticas sobre la política y lo político los nuevos proyectos emancipatorios podrían condenarse a reeditar el totalitarismo de lo uno, de lo necesario y de lo verdadero.

 

Referencias bibliográficas

  • Agamben, G. (1998). Homo saccer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos
  • Deleuze, G. (1999). “Post-scriptum sobre las sociedades de control”. En: Conversaciones (1972-1990). 3ª ed. Valencia: Pre-Textos
  • Foucault, Michel (2015). “El sujeto y el poder, 1983”. En: La ética del pensamiento: para una crítica de lo que somos. Madrid. Biblioteca Nueva
  • Foucault, M. (2007a). Los anormales: curso en el College de France (1974-1975). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica
  • Foucault, M. (2007b). Nacimiento de la biopolítica: curso en el College de France: 1978~1979. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica
  • Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio, población: Curso en el College de France: 1977-1978. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica
  • Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI
  • Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. 25ª ed. México, D.F.: Siglo XXI
  • Han, B.-Ch. (2014). Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Barcelona: Herder
  • Han, B. Ch. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.
  • Laval, C.; y P. Dardot (2013). La nueva razón del mundo: ensayo sobre la sociedad neoliberal. Barcelona: Gedisa

 

Artículo publicado en la Revista Ideele el 20/03/2021


[1] Es Giorgio Agamben (1998) el que más ha explorado cómo la lógica del poder soberano se ha repetido -y se sigue repitiendo- en la modernidad. Ha sido en los regímenes totalitarios del siglo XX cuando más se han entrecruzado la soberanía, la biopolítica y la tanatopolítica.

Sobre el autor:

Arturo Sulca Muñoz

Especialista en Estudios Culturales de la unidad de Formación Continua de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM).

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