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6 agosto, 2021

[Artículo] Daniel Parodi: Partidos, caudillos y dictadores en la fiesta del Bicentenario

"¿A qué vino el presidente campesino, desde las cumbres de los Andes, doscientos años después de aquel día que nos cansamos de celebrar con reiterada indiferencia y frivolidad? Solo vino a decirnos que aún no hay república y que hay que construirla de una vez".

El Perú se fundó en Lima el 28 de julio de 1821, con unos cuantos criollos aterrorizados que no alcanzaron a refugiarse en el Callao y una muchedumbre absorta, observando como el libertador San Martín repetía la proclamación en cuatro distintas plazas de la capital. El destino estaba sellado, la efeméride patria sería Lima, el Perú desde entonces sería Lima, y Lima debía ser el Perú, como lo dijese alguna vez el “Conde de Lemos”. Es por eso que quienes tanto hablamos y discutimos la república en estos días del Bicentenario lo hacemos, casi todos, desde Lima. De allí que el centralismo resulte también narrativo ¿se comprende?

El XIX, caudillos, patrimonialismo y corrupción

Es una paradoja: en tiempos de los caudillos (1825 – 1872) primero eras presidente y después eras elegido. Solías llegar a la presidencia a través de una Guerra Civil, pero, ya en Palacio, sólo las formas de la república te otorgaban legitimidad y entonces convocabas a elecciones y recién te legitimabas (C. Aljovín 2005).

La sociedad colonial, a su turno, estuvo dirigida por señores principales. Estas personas solían tener una corte de dependientes a su alrededor, desde la esposa, los hijos y sirvientes. Sobre esa base se formó nuestra cultura política republicana, y se relacionaron los peruanos con el Estado, en una cadena de dones y contradones (Mc Evoy 1996). Un señor principal, hombre importante en su región, trae consigo una red clientelar que lo sirve fielmente a cambio del reparto de los bienes estatales.

Qué lejos de la república que juramos a imitación de los filósofos griegos, los tribunos romanos y los iluministas franceses, qué lejos de la res pública, del impoluto ciudadano y del bien común, a pesar de que, por entonces, asistimos a intensos debates doctrinales entre liberales y conservadores, como los protagonizados por Francisco de Paula Gonzales Vigil y Bartolomé Herrera.

El Primer civilismo: atisbo republicano

En 1872, un nuevo proyecto político se hizo del gobierno: el primer civilismo. Sobre este colisionan interpretaciones. La tesis marxista (Yépes 1962) lo presenta como un sector burgués guanero que, afectado por el contrato Dreyfus, decide intervenir en política. La otra interpretación (Mc Evoy 1997) sostiene que el nacimiento del Partido Civil expresa la confluencia de aspiraciones republicanas, elitistas y artesanales, que convergen en la coyuntura electoral 1871-1872, cuando Manuel Pardo, líder e ideólogo de la coalición, es elegido presidente de la República.

En el plano ideológico, el proyecto civilista instauró una política educativa que se propuso formar ciudadanos virtuosos que pudiesen constituirse en el servicio civil del mañana, distinto del patrimonialismo imperante. No obstante, la crisis económica de 1873 y el asesinato en 1878 del propio Pardo, cuando presidía el Congreso, acabaron con el primer intento republicanista que, hay que subrayarlo, se implementó medio siglo después de fundarse la república.

El primer siglo XX: censitarismo, ideologías y dictaduras 

En la historia del Perú, la República aristocrática (1895 – 1919) representa la puesta en escena de un censitarismo tardío, esto es votan los varones, alfabetos y contribuyentes. Más allá de la segregación de las grandes mayorías, el periodo pudo significar, como propone Pedro Planas (1994), una transición hacia una república democrática si no se hubiese interpuesto Augusto B. Leguía, presentado por muchos manuales escolares como el genio modernizador del Perú.

Entendamos una cosa, si buscamos construir una república que se asemeje a tal cosa, entonces repensemos sus narrativas y sus acentuaciones. Leguía instauró la dictadura en el Perú pues esta no existió durante el siglo XIX. La presidencia vitalicia de Bolívar, o el cargo de dictador que se auto-adjudicó Piérola durante la Guerra con Chile, son distintos, no se llevan a cabo en la nocturnidad de la cooptación sibilina de todas las instituciones del Estado, incluidas las electorales y militares para controlarlo todo de manera vertical y autoritaria, anulándose las libertades civiles y las garantías constitucionales, y eliminándose de facto a cualquier persona o facción que se oponga a los designios del poder así instituido. Y y en eso se nos fue el siglo XX. ¿Cuándo entonces construimos la república?  Y, lo más lamentable, ¿cuándo construimos una cultura democrática? Nunca, lo sustentaré luego

Mariátegui y Haya

Mariátegui y Haya son dos luces cosmopolitas que despiertan en la segunda década del siglo XX, trascendiendo nuestras fronteras. Sus sendos pensamientos políticos colocaron al Perú de entonces en las vanguardias ideológicas del continente y, de cara al país, impulsaron a nuestra intelligentzia a cuestionarse el proyecto fundacional y tomar conciencia de su absoluto fracaso.

El contexto internacional que los inspiró estuvo lleno de revoluciones sociales y agitaciones juveniles, así como de nuevas teorías como la marxista, que se convertiría en un prisma desde el cual observarían las realidades continental y peruana. Desde sus ángulos, constatarían que el país, más que una República de iguales, era una sociedad que aglutinaba diferentes modelos socioeconómicos en simultáneo y que mantenía al indígena en la misma situación de postración y alienación que en los tiempos coloniales.

Ante esta realidad, los talentos de Mariátegui y Haya reaccionan con dos miradas distintas pero que tienen en común la originalidad. El método marxista es el punto de partida de ambos. Mariátegui avanza hasta la estación socialista y entonces se encuentra con el Perú, con el Ayllu, donde adivina el comunismo andino para iniciar desde allí la construcción de su lectura política del Perú: “la revolución no es calco, ni copia”. Haya no llega a la estación socialista, su visita a la Rusia Soviética en 1925 marca sus esmerados estudios sobre la teórica marxista, siempre confrontándola con la realidad indoamericana y colige que, paso previo para la estación socialista en América Latina, es el Estado Antimperialista. Al desarrollo de esta tesis dedica su obra cumbre, El Antimperialismo y el APRA, que, representa, en el siglo XX, el único esfuerzo sistemático que propone, partiendo del marxismo, un modelo sociopolítico original para América Latina, alternativo al socialismo.

Más dictaduras

La coyuntura generada por la gran depresión mundial de 1929 fue dolorosa. También sacudió a Chile. El vecino se bañó de sangre como lo hizo el Perú en Trujillo (1932). Pero en Chile la crisis dio paso al nacimiento de una democracia con partidos políticos nuevos. Aquí, al contrario, se unieron el ejército y la oligarquía para prohibir y perseguir a los partidos, y por eso vinieron Sánchez Cerro, Benavides, Prado, Odría, Velasco, Morales Bermúdez y Fujimori ¿y en qué tiempo, reitero, se construyó la democracia?

10 años de democracia y 30 de populismo

El Problema es histórico, pero también es narrativo: no solo es un problema decir que Leguía, Odría y Fujimori son los tres mejores presidentes del Perú, también lo es agarrar a patadas historiográficas a la única década – los ochenta- en la que en el Perú rigió una república democrática, más allá del aislado primer gobierno de Belaúnde (1963-1968) ¿Cómo? Sí, ya sé que Belaunde profundizó la crisis, que Alan García quebró al país, que la hiperinflación nos ahogó tanto como la deuda externa, que no pudimos darle al demandante Perú informal todo lo que necesitaba y que Sendero nos reventó a bombazos.

¿Pero se dieron cuenta de que los partidos políticos eran de verdad? ¿que habían derecha, el PPC, centro-derecha, AP, centro-izquierda, APRA, e izquierda, UDP, PSR, PCR, UNIR, FOCEP, FRENATRACA?. ¿Y que harta gente militaba? ¿Y recuerdan el movimiento popular? los comités de base, los clubes de madres, el vaso de leche, los sindicatos, ¿de eso no trata una democracia participativa? ¿no se parece esto a una república?

Pasaron dos cosas. Uno, esa república en ciernes no pudo con los inmensos desafíos que tuvo que enfrentar todos juntos y en simultáneo, no tenía con qué. Dos, no nos ha dado la gana de llamarle primera república democrática (Parodi 2018) al único periodo en nuestra bicentenaria historia republicana que lo fue. Otra vez la narrativa, cómo nos admiró Sendero ¿no? y, en especial, la problemática de los derechos humanos en las zonas de emergencia, me solidarizo, por supuesto. Sin embargo, ni la década de los ochenta, ni su realidad, ni su narrativa, se reducen a eso, y por reducirla a eso no hemos observado todo lo que tuvimos allí: partidos políticos, militantes, movimiento popular, democracia, república y, entonces no valoramos tampoco todo lo que perdimos el 5 de abril de 1992, al menos no en el relato historiográfico.

El populismo que comenzó con un engaño

Fujimori nos engañó porque no necesitábamos su populismo autoritario para derrotar a Sendero: ya estaba derrotado. Era cuestión de tiempo que cayese Guzmán, pero qué sentido tenía capturarlo antes del golpe, cuando él era su principal justificación.

Para Federico Finchelstein (2018), del fascismo deviene el populismo. Había que adecuar este engendro histórico tras la Segunda Guerra Mundial. No se podía ser totalitario, pero sí parecerse, y siempre se podía encarnar al pueblo en un líder. Y “el chino” fue el pueblo, sin partidos, sin sindicatos y mientras se hacía querer, su Ministerio de la Presidencia cooptaba a la sociedad civil organizada.

Y así se fueron los partidos que llegaron en 1978 y regresaron las redes del siglo XIX, pero con ropaje finisecular. Ya no era el antiguo prefecto, ni el juez Montenegro; no, era el peruano emergente, poseedor de un negocio, de una cuota de poder, y una red alrededor. El vínculo con el Estado fue el mismo que con los virreyes, finalmente, estaba en los genes hace quinientos años. El 2000 se fue Fujimori, pero las redes no, y los partidos nunca volvieron, las redes se disfrazaron de cascarones, y no los cascarones de partidos. Politólogos, afinen el análisis.

Sólo queda un hombre solo

Hay un hombre solo en el horizonte, ensombrerado, se llama Pedro Castillo. Puede, como Pardo en 1872, o Haya en 1979, darnos un nuevo principio. Frente a este hombre, las fuerzas de la derecha populista, portadora de un discurso binario y de confrontación, parecen mucho más poderosas.

¿A qué vino el presidente-campesino, desde las cumbres del Ande, doscientos años después de aquel día que nos cansamos de celebrar con reiteradas indiferencia y frivolidad? solo vino a decirnos que aún no hay república y que hay que construirla de una vez.

 

Artículo publicado en el especial Bicentenario de La República el 28/07/2021

Sobre el autor:

Daniel Parodi

Historiador. Docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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