Las diferentes formas de hacerse de un pequeño poder puede llevar a una organización política a arremeter ya no solo contra otra, sino contra ella misma en un afán por erigirse en una fuerza única. Este despliegue de poder tan característico de la política revela algo más hondo en el ser humano. Para el filósofo francés René Girard, el ser humano es un perseguidor por naturaleza, característica que se hace todavía más notable cuando los adversarios se disputan la misma presa. La dinámica será al inicio un conflicto por la presa, pero pronto este se transformará en una pugna encarnizada hasta llegar a un punto en el que se hace más conveniente linchar al enemigo que tiene nuestras mismas aspiraciones.
Linchar al enemigo (interpelación, censura, crítica destructiva y descalificadora) es el modo de mostrarse como diferente a ese otro; pero cuando en el espacio político todos lo hacen (linchar a otros), resulta que “distinguirse” con esta forma de proceder solo es imitarse. La violencia es contagiosa y solo importará ganar aunque el país sufra las consecuencias. Es triste que nuestro escenario político actual no haga más que recrear lo más obscuro de la política.
Ahora bien, no deberíamos ser testigos mudos de una política tan autodestructiva porque la guerra arrincona a la moral, o mejor dicho, la suspende como si no tuviera relevancia alguna. En consecuencia, el linchamiento como arte grotesco de la política peruana no tiene razones que procedan de una decisión consciente, sino solo justificaciones que se remiten a la costumbre de ser violentos; nada de moral. Habría que profundizar en los motivos de los que se sirve este modo de hacer política no solo por el prurito de ser vigilantes, sino con el propósito de proponer cambios.
A la base de estas decisiones destructivas hay, por cierto, una violencia no consciente, pero también se puede constatar que existe una carencia de imaginación para inventar la política. Análisis políticos han recordado la debilidad de nuestro sistema partidario, pero tal vez, sin desmerecer aquello, se pueda proponer otra hipótesis. La política se ha debilitado a lo largo de varias décadas en las que no hemos encontrado líderes que se apasionen y sueñen con el futuro. Una hipótesis en estilo de pregunta podría ser esta: ¿no será que el conflicto armado que generalizó el grupo terrorista de Sendero Luminoso nos dejó exhaustos y desgastó nuestra imaginación política? ¿No será que algo de nuestro espíritu imaginativo se disolvió con este tiempo de barbarie?
La generación de quienes hoy dirigen nuestro destino somos parte de un grueso grupo de supervivientes que tuvo que renunciar a imaginar y se contentó con sobrevivir a costa de todo. Linchar es un síntoma y no deberíamos pensar que es lo “normal” en el ámbito político y resistir a este impulso puede ser el comienzo de otro género de nación.
Artículo publicado en El Peruano 9/10/2017