Cerdo hermoso el que revaloró Epicuro. Reivindicaba el placer, los sentidos, la música, los goces refinados. Lo suyo fue caminar, respirar, disfrutar de la sexualidad. El goce inteligente de este cerdo medía las consecuencias, evitaba los excesos que provocaban un sufrimiento posterior, y, sin privarse de vino y néctar, no se atragantaba de comida, ni se emborrachaba. Criticó tanto el desenfreno como la renuncia a los placeres de la carne, buscó un punto medio y la felicidad era conducirse con prudencia hacía los goces carnales que al satisfacerse no produjesen dolor, ni en el presente, ni en el futuro. Lo suyo fue evitar el dolor en el cuerpo y comprender que el placer ayuda, en parte, a liberarnos de la angustia en el espíritu. Enarcaba la ceja con eso de la castidad y habría visto como casos perdidos a esos que odian el cuerpo, mortificándose a correazos, ciñéndose alambres de púas, buscando virtud.
El cerdo de Epicuro (341 a.C. – 270 a.C.) vivió en Atenas y defendió con ahínco la vida hedonista, la búsqueda prudente del placer. En su vocabulario no existía la noción de pecado, como tampoco el de salvación, dos caras de la misma moneda, dos polos que se atraen, pues quienes pisan el vicio después atiborran los templos, y viceversa. Para él la filosofía era un instrumento al servicio de la vida, buscó congeniar tanto el atomismo de Demócrito como el humanismo de Sócrates, y se enfocó en desactivar aquello que obstaculizaba una vida fecunda. Había que combatir a los dioses, dijo, y superar el miedo a la muerte. “Sólo tenemos dos vidas: y la segunda comienza cuando nos damos cuenta que sólo tenemos una”.
Aunque la mayor parte de su obra se ha perdido, conocemos sus enseñanzas a través de la obra De rerum natura, del poeta latino Lucrecio, quien escribió un homenaje a Epicuro y una exposición amplia de sus ideas, y también conocemos algunos fragmentos rescatados y cartas recogidas por Diógenes Laercio.
No se dedicó a la política y, aunque tuvo esclavos, permitió el ingreso de las mujeres, a quienes vio como iguales. Gran paso. Su escuela no fue llamada ni Academia ni Liceo sino el Jardín. Cicerón lo llamó “un jardín de placer donde los discípulos languidecen en medio de goces refinados”. En ese huerto era una vida de estudios la que ahí se cultivaba. Curiosamente, los enemigos de lo terrenal, los hipócritas de siempre, a esa vida de sobriedad en los placeres la tildaron de puerca, sucia, infame. Y por cosas así uno se ve tentado a saludar como Horacio: “Te saluda un cerdo de la piara de Epicuro”.
Artículo publicado en la Revista Ideele N°296. Febrero 2021
Sobre el autor:
Héctor Ponce
Historiador de ideas. Docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM).