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26 febrero, 2021

[Artículo] Julio César Franco: Escenarios post coronavirus. El futuro hoy

Es imposible realizar cualquier análisis sobre la situación económica, política y social actual sin partir de la crisis desencadenada por la pandemia del coronavirus.

Cómo pasar por alto la dramática realidad que significa 108 millones de personas infectadas y 2 millones 370 mil fallecidos en todo el orbe, con la evidencia de la incapacidad de los sistemas de salud de gran parte del mundo para frenar la transmisión del coronavirus y para asegurar la sobrevivencia de la población amenazada

Más allá de las estadísticas, cómo no poner en primer plano la tragedia de millones de familias en todo el mundo, que han sufrido el deterioro y la agonía prematura, inesperada, y luego la muerte inevitable, que les ha arrancado con violencia a sus seres queridos.

Cómo desconocer, el enorme agotamiento de las reservas emocionales, no sólo por la pérdida violenta ya anotada, sino por la sensación de amenaza y vulnerabilidad, ante un agresor que no se ve, ante la dificultad y, a veces, imposibilidad de encontrar protección oportuna y eficaz en las instituciones de salud y, en general, desde el Estado.

Cómo no reaccionar frente a la situación de millones de familias, en especial en los países y regiones más pobres, que ya subsistían en condiciones precarias, con débil acceso a los servicios esenciales, que han perdido sus medios de ingreso, sean sus empleos o sus pequeños negocios, y que ven severamente comprometido, sino cancelado, su futuro.

Cómo no prestar atención a los enormes impactos económicos y sociales que vienen significando la reducción e incluso parálisis de las actividades productivas y comerciales, de la circulación de bienes y personas y su impacto en términos de reducción del empleo y crecimiento de la pobreza.

Y cómo no preocuparse por el deterioro de las cuentas públicas, por la caída de los ingresos fiscales en momentos en que es imprescindible incrementar el gasto público, por el crecimiento acelerado del déficit fiscal y del endeudamiento del sector público, y la amenaza de interrupción de la cadena de pagos y el sobreendeudamiento de los particulares, entre otras variables e indicadores cuya evolución dibuja escenarios de precariedad y de inestabilidad para varios años.

Precariedades sociales e institucionales evidenciadas

Con todo lo dramático y contundente de las manifestaciones de la pandemia, que hemos graficado, concordamos en que esta ha puesto en evidencia –en especial en el caso del Perú y de países similares– las inconsistencias, insuficiencias y precariedades que nos caracterizan como sociedad y como Estado, en casi todo orden de cosas.

La pandemia ha significado un ataque cuya intensidad, extensión y profundidad no tiene precedentes respecto de anteriores crisis sanitarias, económicas, sociales o políticas en el último siglo.

Aunque en diversas magnitudes, se ha extendido a todos los rincones y ha atacado a casi todas las poblaciones del planeta, ha impactado en todas las dimensiones de nuestra vida en sociedad y en todas las áreas de la gestión pública. Y en todos ellas ha producido efectos devastadores, desestabilizadores, sin que sea posible anticipar el cese o atenuación de tales ataques y menos aún, con rigor y certeza, las estrategias y horizontes de recuperación. Todo son aproximaciones, proyecciones a ser ajustadas todos los días.

Además del impacto en términos de muertes y afectación de la salud, ha puesto en cuestión todas las áreas de los sistemas sanitarios, de las políticas y de la gestión en salud pública.

Más aún, ha desnudado las precariedades de nuestra administración y gestión pública y de nuestras instituciones estatales, así como las insuficiencias, exclusiones e inequidades de nuestra configuración económica y social, edulcoradas en los años anteriores con estadísticas sobre crecimiento económico y consumo y calificaciones sobresalientes en los rankings de riesgo y de deuda.

Y ha confrontado, de manera violenta, brutal y sin tregua, nuestra capacidad de compartir propósitos, metas y acciones como comunidad y de movilizarnos de manera unificada y contundente para enfrentar los retos que se nos presentan como sociedad.

Resumimos ahora algunos de los problemas que arrastramos como Estado y como sociedad y que se han evidenciado en el actual escenario de crisis:

a) Las insuficiencias y debilidades institucionales de nuestro Estado y aparato de gobierno, con estructuras, procesos, métodos y recursos alejados de los estándares del mundo desarrollado; con planeación insuficiente, no necesariamente compartida y desarticulada de la dirección y la ejecución; enfocados en lo procedimental y cuantitativo antes que orientado a objetivos y metas estratégicas y cualitativas; presa de enfoques alejados de la ciudadanía y de sus emprendimientos; en gran medida ineficaz en atención a objetivos y resultados de progreso como sociedad; capturado, en medida no menor, por intereses parciales, distantes del progreso de todos; con segmentos importantes de su dirección y empleocracia dominados por el clientelismo, la indiferencia, la mediocridad y con débil vocación de servicio, que sofocan a quienes entregan lo mejor de sí para lograr una gestión pública de calidad y al servicio del ciudadano; capturados, en medida importante, por la corrupción; carentes de liderazgo. Por cierto, esto ha erosionado la legitimidad del Estado, sus instituciones y autoridades ante la ciudadanía, que desconfía de ellas y no las respalda o lo hace de manera intermitente, parcial, fraccionada y circunstancial.

b) El grave atraso tecnológico que se manifiesta en diversas esferas, desde la infraestructura de acceso y soporte limitado y bajo opciones no necesariamente óptimas; pasando por la dispersión de configuraciones y opciones implementadas por las entidades del Estado, acumuladas durante años, de manera fraccionada y en muchos casos con soluciones transitorias que se han vuelto permanentes; con enfoques y conocimientos desfasados por directivos, planificadores y operadores; con graves riesgos para la seguridad de las comunicaciones y la información; con sistemas de información fraccionados, insuficientes y no necesariamente compatibles, construidos bajo enfoques y metodologías no necesariamente rigurosas y compatibles con los estándares del mundo desarrollado; entre otras carencias, insuficiencias, inconsistencias y limitaciones que se articulan a las mencionadas en el párrafo anterior.

c)  El fraccionamiento como sociedad y la pérdida de identidad compartida; la pérdida de valores esenciales para la convivencia y la cooperación; el reforzamiento de sentimientos y comportamientos de violencia, verticalidad, exclusión y discriminación, presentes en grado diverso en todos los estamentos de nuestra sociedad; todo esto reforzado por la ausencia de proyecto nacional, por definición, convocante e integrador, que nos proyecte al futuro como nación, en un escenario globalizado. Necesitamos un nuevo contrato que nos vincule como sociedad.

d) La ausencia de liderazgos proactivos, positivos, convocantes e inspiradores, basados en valores, con visión de futuro. Somos una sociedad con clases dirigentes mediocres, con un sistema político y de representación deslegitimado, en crisis. Con partidos políticos que son, en gran medida, sólo membresías, que pugnan por acceder a curules en el Congreso o capturar los puestos públicos, en no pocos casos, por relaciones e influencias, antes que por méritos, degradando, en uno y otro caso, la noble función pública, en la mayoría de casos, con un ejercicio, cuando menos,  inefectivo; dominados por castas, por grupos de privilegios, con proclividad al clientelismo, al tráfico de intereses y a la corrupción; alejados del interés nacional y del bien común; que profundizan la pérdida de formación política y cívica de la población, lo que reproduce este sistema perverso. 

Así pues, a meses del arribo al Bicentenario, antes que ser este un punto de llegada a la modernidad y al progreso, debería ser un punto de partida para la refundación del Perú como sociedad y como Estado.

 

Artículo publicado en la Revista Ideele N°296. Febrero 2021

Sobre el autor:

Julio César Franco Pérez

Docente del Diplomado en Gestión de Relaciones Laborales de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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