Perú es un país inmensamente diverso, no solo en cuanto a especies y ecosistemas, sino también en culturas y lenguas. Sin duda alguna, esto es un gran desafío para las políticas públicas de cualquier sector para poder fomentar una sociedad cohesionada y sin exclusión. Últimamente estamos viendo cómo esa pluralidad se complejiza más con la llegada de personas extranjeras de diversas nacionalidades que vienen a residir y trabajar en nuestro país.
En Perú el número de residentes extranjeros ha aumentado significativamente en la última década. De cerca de 1 500 extranjeros con carnet de extranjería en el 2007 se pasó a más de 15 mil en el 2015 y cifra de residentes sigue en aumento. Un ejemplo de ello es que, desde febrero a julio de 2017, según datos de la Superintendencia Nacional de Migraciones, se han emitido más de 9 000 Permisos Temporales de Permanencia (PTP) a personas de nacionalidad venezolana.
Dentro del proceso migratorio que viven las personas y las sociedades, la integración social es un proceso fundamental para la construcción positiva de las comunidades. Por ello, para que el aumento de la diversidad se constituya como una verdadera riqueza para el país, el proceso de integración debe ser un eje central de las políticas migratorias del país. Sin embargo, no es fácil definir cómo se produce este proceso de integración, ni optar por un modelo a seguir.
Según la autora Cristina Blanco, el proceso de integración consta de cuatro áreas que necesitan intervención: la estructural, la social, la cultural y la identitaria. La primera de ellas, la estructural se refiere a aquello que definirá en qué posición social se establece la persona inmigrante, es decir, los aspectos relacionados con lo laboral, lo educativo y lo económico. En cuanto al área social está vinculada a cómo se desarrollan las relaciones dentro de la comunidad entre nacionales e inmigrantes, relaciones que pueden tender a ser excluyentes o incluyentes.
El tercer ámbito, el cultural, tiene en cuenta los valores y costumbres diversas, propias de cada contexto y que, por lo tanto, cambia para el inmigrante que, a su vez, posee el suyo. La relación entre ambos es lo que tiene en cuenta esta área. Por último, la cuarta dimensión, la identitaria, trata sobre la percepción que cada persona tiene de sí misma en relación al reconocimiento que los otros le dan.
Para el logro de la integración, la labor del Estado no termina con la regularización de las personas extranjeras que llegan al país, sino que el desafío es mucho mayor, debiendo asumir la integralidad de la persona y del proceso migratorio. Asimismo, la integración social no se puede conseguir solo a base de la política pública, sino que es un proceso que nos implica a todas las personas, a la sociedad en su conjunto.
Artículo Publicado en Diario Oficial El Peruano 24/7/2017
Sobre el autor:
Isabel Berganza
Vicerrectora académica de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya