“Dejarse seducir por alguien que propone soluciones fáciles es riesgoso. Necesitamos mascarillas para examinar las propuestas, para que no nos entren los virus del engaño…”
Un reciente reportaje del diario El País ha dado cuenta de una de las noticias tal vez más tenebrosas de la pandemia: en marzo, 12 de las ciudades más grandes de Brasil registraron más muertes que nacimientos. Es decir, en ese lapso hubo más muerte que vida, en gran medida debido a la catastrófica cifra de contagios que abate al gigante sudamericano.
A lo largo de estos meses de espanto, también se han cavado fosas comunes en ciudades como Manaos, porque ya no había dónde meter a los centenares de muertos provocados por la covid-19. Cuando se eligió a Jair Bolsonaro en el 2018, no había noticias del nuevo coronavirus, pero con el paso del tiempo el mandatario se volvió parte de la crisis.
Las próximas elecciones son en el 2022 y parece evidente que los brasileños no lo elegirán otra vez a él, o alguien que se le parezca, porque la desoladora realidad les ha demostrado que la decisión de una mayoría relativa tuvo un costo brutal para todo el país. En otras palabras: la pandemia ya se cruza con el territorio político, hace meses y sin descanso.
Es posible que en cualquier camino electoral pesen otras locas ilusiones (la revolución, del tipo que sea, o “ser un país del primer mundo”). Pero ya hoy es imposible meterse en una cámara secreta a votar y no pensar en el pariente, en el balón de oxígeno, en la escasez de camas UCI o el pálido sistema hospitalario.
¿Por qué parte de la clase política latinoamericana, e incluso algunos candidatos presidenciales, lucen algo desconectados de esta urgencia? Recién algunas horas después del pase a segunda vuelta de Pedro Castillo y Keiko Fujimori, por ejemplo, volvimos a escuchar hablar de la crisis sanitaria con más fuerza, o con ciertas precisiones.
Antes gravitaron más la ideología, los fantasmas, los cálculos electorales. La explicación a la mano ha sido que “los políticos solo piensan en ellos mismos”, aunque creo que hay mucho más que eso. No estamos acostumbrados a hacer política en una situación llena de tanta incertidumbre. No asumimos, quizás, que la salud está ahora en la agenda de urgencia.
!Siempre lo debió estar! Y ahora, aunque la llegada de las vacunas o los recursos de emergencia son parte del discurso, la economía siempre termina invadiendo el escenario y a veces se llega a la desesperada conclusión de que eso siempre será primero. No se asume que las dos dimensiones se tienen que enhebrar, en estos momentos con más fuerza todavía.
Se ningunea a las visiones más integradas, que ven el haz salud-economía-ambiente como algo primordial, se clama por no cambiar el modelo socioeconómico vigente, como si no hubiera demostrado su cruda eficacia en esta tragedia en curso. Pareciera que aun en este momento se persuadiera al ciudadano de votar por un rostro, una elocuencia, una promesa.
No por su vida. El triunfo de Guillermo Lasso ante Andrés Arauz en Ecuador se ha jugado sobre todo en la cancha de cancelar o seguir con el correísmo. Las propuestas de salud han estado presentes, no son ignoradas totalmente. Solo que tienden a confirmar que lo más alarmante para algunos políticos no es perder vidas humanas, sino perder el poder.
Los ciudadanos tendrían que tener frente a esta poca claridad, a esto que a veces aparece como una inmunización frente al dolor ajeno, una suerte de vacuna. Votar por alguien que cree que se trata de la economía o la salud puede ser suicida; elegir a alguien que cree que las vacunas están a la vuelta de la esquina global, para que las tomes, también.
Dejarse seducir por alguien que propone soluciones fáciles es igualmente riesgoso. Necesitamos mascarillas para examinar las propuestas, para que no nos entren los virus del engaño o la ligereza. La política y los liderazgos tienen que encontrar -valga la palabra trajinada- otra normalidad. Porque es anormal ser insensible.
Artículo publicado en La República el 16/04/2021
Sobre el autor:
Ramiro Escobar
Docente de Relaciones Internacionales de la carrera de Ciencia Política (CIPO) de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya