Todos somos testigos de los innumerables retos que la historia ya ha puesto en manos de los educadores, siendo la crisis provocada por la COVID-19, solo el más reciente. Como recordamos, la inmediata consecuencia de la pandemia fue la suspensión de las clases presenciales y el requerimiento de implementar otra estrategia de enseñanza. Los docentes, en tiempo récord, rediseñaron sus clases y exploraron nuevos y desafiantes recursos digitales para crear dinámicas de interacción que logren aprendizajes significativos.
Si bien nadie estaba preparado para esta abrupta disrupción, ni siquiera el propio Edgar Morin (1999), quien realizó una excelente reflexión futurista sobre la necesidad de preparar la educación ante la imperiosa incertidumbre, los educadores han sabido estar a la altura de las circunstancias, respondiendo a este cambio súbito de modelo instructivo a través de la denominada Enseñanza Remota de Emergencia (ERDE).
La respuesta inmediata de los educadores a través de la ERDE, no los ha inmunizado de pasar por dificultades ni de recibir críticas. Además, es muy factible que para algunos docentes haya sido sumamente frustrante y complicado el tener que interactuar con sus estudiantes por medio de una videoconferencia o desarrollar sus clases a través de las aulas virtuales, las cuales, nunca habían considerado necesarias, a pesar de que probablemente su institución educativa ya las había adquirido y sugerido usar desde hace bastante tiempo.
En las situaciones de crisis, cuando el desaliento y la frustración pueden aflorar con más facilidad, es indispensable que el educador desarrolle una conducta de afrontamiento resiliente, es decir, una capacidad para resistir y superar las adversidades; responsabilizándose y trascendiendo sus limitaciones internas y externas (Cyrulnik, 2015). Si bien no todas las personas poseen esta capacidad, no es infrecuente su aparición justamente cuando se viven situaciones difíciles y de mucha presión.
Lo que no puede perder de vista un educador resiliente, es que este confinamiento global, que ya ha superado los cien días calendario, representa también una gran oportunidad de crecimiento porque está permitiendo un largo período de introspección que puede ser muy útil para repensar lo que realmente es esencial en la educación, la importancia que deben tener los aprendizajes para el proyecto de vida de los alumnos y si la evaluación que aplica realmente sirve para que los estudiantes sigan aprendiendo.
En suma, un educador que activa su resiliencia será capaz de poner en marcha un proceso dinámico que le permitirá redescubrir el significado del evento amenazante con la finalidad transformarlo en una valiosa oportunidad de aprendizaje y crecimiento personal y profesional. Por eso, es una capacidad indispensable para desarrollar en la nueva normalidad a la que todos nos estamos enfrentando con la COVID-19.
Artículo publicado en el Diario Oficial en El Peruano el 09/07/2019
Sobre el autor:
Milagros Gonzales Miñán