Es innegable el impacto de la pandemia sobre el turismo, ratificando la vulnerabilidad de esta actividad a los contextos externos. Cuando se escucha hablar de turismo automáticamente pensamos en hoteles y restaurantes, vinculando la actividad únicamente a servicios sin comprender la cantidad de actores involucrados que también se han visto afectados: proveedores, artesanos, agricultores, guías de turismo, orientadores, transportistas, entre otros. Inclusive olvidamos las experiencias de turismo solidario y los programas sociales financiados gracias a los ingresos provenientes del sector.
En el país una de las estrategias promovidas en los últimos años desde el estado es la de Turismo Rural Comunitario – TRC, aquel programa que promueve conectar al viajero con el entorno rural, el fortalecimiento de la organización comunitaria, impulsar la identidad y respeto de la cultura viva de los pueblos. Comunidades que hoy reciben cero ingresos, comunidades sin acceso a programas de ayudas financieras. Comunidades esperando la reactivación del turismo.
Surge la pregunta: ¿qué tipo de turismo queremos? ¿Uno que tenga como indicador de éxito únicamente el número de visitantes? ¿Uno que genere ocupación en los espacios públicos? ¿Un turismo masivo? Antes de la pandemia estábamos presenciando el nacimiento de la turismofobia en ciudades como Barcelona. Vecinos protestando ante la subida de precios de los alquileres, ya que Airbnb se convirtió en la alternativa más rentable llevando consigo fiestas a edificios residenciales.
Este es un momento de oportunidad, de tener una mirada crítica al modelo de desarrollo turístico. De volver a mirar el turismo como un sistema integrado, como una actividad que ocupa territorio pero que debe hacerlo respetando las dinámicas sociales, económicas y territoriales de cada lugar, e impulsando el desarrollo de experiencias turísticas con mirada de demanda, la cual tendrá un nuevo perfil post pandemia priorizando destinos seguros, salubres, sostenibles y solidarios.
Un turismo respetuoso con los anfitriones, un turismo que permita un encuentro cultural real, que nos genere identidad y esta se convierta en orgullo de un país megadiverso y pluricultural. Turismo de proximidad con flexibilidad ¿Estamos adaptando nuestros destinos a esta nueva demanda?
El turismo alternativo, ese que va más allá del viaje para el selfie. Ese turismo que no solo quiere la foto perfecta frente a la montaña de los siete colores, sino aquel que permita entender la importancia de estar sobre un Apu sagrado, del cual hoy podemos apreciar sus colores como consecuencia del cambio climático. Admirar delfines rosados y comprender que para los pobladores locales ahí está el alma de sus ancestros. Aprender para respetar.
¿Qué turismo queremos? Un turismo que nos permita entender al otro peruano y que ese entendimiento nos reconcilie como país.
Artículo publicado en el Diario Oficial El Peruano el 5/11/2020
Sobre el autor:
Rocío Lombardi
Jefa de la carrera de Turismo Sostenible de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya