El interés por las carreras-express, las maestrías de cartón y las investigaciones redundantes han terminado por desnaturalizar la universidad y al propio cuerpo académico y administrativo que la conforman.
Hace pocos meses, arquitectos de varias universidades públicas y privadas señalaron que el Plan Maestro del Centro Histórico de Lima al 2028, presentado por la Municipalidad de Lima, estaba enfocado más en la imagen escenográfica y monumentalista del patrimonio arquitectónico limeño antes que en la recuperación integral del mismo. En vez de pensar en el Centro como un “patrimonio vivo” (concepto que tiene como objetivo relacionar los edificios de antaño con la dinámica urbana, social y económica de la ciudad actual), el proyecto deja de lado aspectos como el desarrollo socioeconómico, el saneamiento físico-legal, la habitabilidad y la gestión ambiental para privilegiar el efecto estilístico y formal de las casonas e iglesias coloniales y republicanas (José Carlos Hayakawa). Del mismo modo, la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Artes de la UNI señaló en su evaluación que el gran ausente en el plan es la misma población, “origen y fin de todo Plan”. Enrique Bonilla, en una columna publicada en marzo, concluye que el documento nos lleva a ver el Centro Histórico como “una fachada o como una escenografía destinada a pasear turistas y a esconder tras bastidores la pobreza, el deterioro, el hacinamiento y la tugurización”.
A primera vista, comentarios como estos parecen circunscribirse a una problemática muy puntual, pero cobran nueva vigencia con el descubrimiento de universidades que han construido altas y elaboradas fachadas para dar la impresión de que se trata de grandes e importantes edificios. Desde las calles, estas supuestas facultades parecen alcanzar los siete u ocho pisos, pero no es así, pues la construcción verdadera solo tiene cuatro pisos. Los demás, los de más arriba, no existen, pues tras ellos lo único que se encuentra son los apoyos de acero que sostienen una fina pared que simula un frontispicio muy moderno, ventanas incluidas. A todo esto, los responsables de esta sutileza arquitectónica no se han sentido para nada aludidos, y rápidamente han encontrado el eufemismo. Para ellos, estas paredes son “muros de cortina” que sirven proteger los artefactos eléctricos que se encuentran en los techos y “lograr una armonía con la urbanización” (José Eduardo Castillo). Siempre se aprende algo nuevo en arquitectura.
Estos edificios de ficción, ya se ha dicho, son una buena metáfora de lo que en el país se entiende por educación. El poco valor que se le da al rigor académico, la escasa estimación por la ciencia, la poca tolerancia ante las ideas contrarias a las nuestras y las dificultades que hay para crear una sólida identidad social y cultural, han hecho que poco a poco la universidad peruana se quede sin docentes, libros, aulas, oficinas y hasta campus enteros. Hoy hay enormes complejos académicos y deportivos que son más maquetas para la fotografía que espacios para el avance tecnológico y el desarrollo intelectual.
El interés por las carreras-express, las maestrías de cartón y las investigaciones redundantes han terminado por desnaturalizar la universidad y al propio cuerpo académico y administrativo que la conforman. Pero para que el mito de los estudios superiores persista y no deje de rendir sus beneficios (o sea, el mito de que solo con una carrera se puede ser alguien en nuestra sociedad), los dueños de estas “casas del saber” han puesto a trabajar la máquina de las ilusiones. Para ello solo basta escribir las palabras adecuadas y pintar una colorida pared con ventanas oscuras para hacerle creer al peatón o al posible postulante que allí, en la cima de ese edificio, se encuentra el éxito.
Esta facilidad con que nos contamos cuentos sobre el futuro refleja la idea tan precaria que tenemos de nuestro propósito y nuestro lugar en la realidad. Tan desvinculados estamos de nuestro entorno social, tan lejos estamos de los lazos que nos arraigan a nuestra familia y a nuestro país, que un sencillo engaño nos hace soñar con enormes y brillantes edificios. En vez de hacer planes que se construyan sobre la base de nuestras elecciones y nuestra creatividad, dejamos que estas universidades impongan la imagen del futuro que ellas desean. Bien podrían ellos poner cualquier otra imagen del futuro y también la aceptaríamos. Tan poco arraigados estamos a nuestro presente que sin pensar nos entregamos a lo primero que vemos.
Y así como caemos en esta ilusa modernidad, también caemos en una tradición engañosa. Esto es lo que sucede cuando un plan para recuperar el Centro Histórico propone que los esfuerzos se concentren más en la imagen externa de las casonas que en la gente que vive dentro y alrededor de ellas. Se trata del mismo mecanismo, pero en sentido inverso. Así como somos presa fácil del futuro más baladí, también nos creemos la primera historia que nos cuentan de los virreyes, los héroes y los presidentes. Solo basta elegir los materiales y los colores propicios para dar la impresión de que hemos recuperado el pasado. Pero esto también es solo una ilusión.
Lea la columna del autor todos los viernes en Rpp.pe
Sobre el autor:
Mario Granda
Docente del Programa Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya