A veces son los lectores los que se privan de obras literarias de gran valor por los prejuicios que llevan consigo, como también hay escritores que se olvidan de la magia de la ficción literaria en aras de una opinión política.
No ha faltado canal de televisión, diario o página web que haya llamado la atención sobre la controversial elección de Peter Handke como Premio Nobel de Literatura, el escritor que apoyó a los serbios durante la Guerra de Yugoslavia y estuvo presente en el funeral de Slobodan Milosevic, el presidente serbio que fue acusado de crímenes de guerra durante ese largo y penoso conflicto. La decisión de la Academia Sueca ha sido criticada por figuras como Salman Rushdie y Slavoj Zizek e instituciones como el Pen Club International, quienes consideran que los escritores no deben celebrar a figuras públicas que “siembran la división y la intolerancia”.
Pero más allá de las preferencias de Handke (quien recibirá el premio junto con la escritora polaca Olga Tokarczuk), creemos que esta controversia sirve también para preguntarnos sobre las relaciones entre la literatura y la opinión política. ¿Debe el escritor utilizar su literatura como vehículo para transmitir sus ideas o debe separar su obra de cualquier postura ideológica? La pregunta no es sencilla, pues toda creación artística es una respuesta a un contexto determinado y no se encuentra libre de las influencias políticas y culturales de su tiempo. No obstante, hoy pareciera que los escritores se encuentran obligados a dar su opinión sobre los temas de actualidad. Como dice Antonio Muñoz Molina en un reciente artículo publicado en el diario El País, a los escritores europeos ya no se les pregunta por el libro que acaban de publicar sino por las protestas en Cataluña, el Brexit y Donald Trump. Pero su preocupación no solo está en esta injusta consideración de los periodistas sobre el trabajo del escritor (quien pasó meses trabajando en su libro para que le pregunten por las tendencias de la semana) sino en el hecho de que algunos escritores ya están escribiendo libros para expresar sus posturas y ya no tanto para hacer literatura. Un hombre decente, de John le Carré, y La cucaracha, de Ian McEwan, por ejemplo, tienen historias que más parecen quejas contra el Brexit que novelas hechas para que sus personajes cobren vida y elijan sus destinos por voluntad propia. En vez de escribir un artículo o un ensayo, que hubiera sido lo más propicio, han elegido la creación literaria como medio para expresar su desacuerdo, poniendo en riesgo su propia obra. El tiempo será el que decidirá si estas novelas logran superar las circunstancias y sobrevivir por ellas mismas.
A Peter Handke también lo podemos incluir en el grupo de estos escritores ingleses, pues durante un buen tiempo él también escribió varios libros en los que afloran sus perspectivas políticas antes que las literarias. El tiempo, sin embargo, ha alejado al escritor austriaco del activismo de los noventa y lo ha llevado a tomar posturas más abiertas sobre el arte: “yo aspiro, esforzándome con la forma para mi verdad, a la belleza; la belleza sobrecogedora, aspiro a la conmoción mediante la belleza”. Palabras dichas cuando recibió el Premio Franz Kafka.
La decisión de entregar el Premio Nobel de este año a Handke es discutible, pero nos permite preguntarnos por el modo en que a veces las ideas entorpecen nuestra relación con la literatura. A veces son los lectores los que se privan de obras literarias de gran valor por los prejuicios que llevan consigo, como también hay escritores que se olvidan de la magia de la ficción literaria en aras de una opinión política. Es cierto que el lector y el escritor tienen la libertad de elegir lo que van a leer o lo que van a escribir, pero habría que preguntarse, como lo hace Handke, si es que las consideraciones que a veces nos tomamos postergan nuestra búsqueda de la belleza.
Lea la columna del autor todos los viernes en Rpp.pe
Sobre el autor:
Mario Granda
Docente del Programa Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya