Mientras más transcurre el tiempo, la brecha científica (por no hablar de la tecnológica) entre nuestro país y las naciones de avanzada, se está haciendo cada más extensa. Esta situación repercute y repercutirá en el futuro de nuestra patria. Más allá de las coyunturas, es imperativo hacer el esfuerzo nacional por reconocer los escenarios futuros y poder adaptarnos a los mismos.
En el 2005, en medio de la moda por la “singularidad tecnológica”- recordemos el famoso libro de Raymond Kurzweil al respecto- la Universidad de Oxford fundó el Instituto para el Futuro de la Humanidad (FHI), impulsado por uno de los mayores divulgadores del movimiento transhumanista, el filósofo sueco: Nick Bostrom. La creación de este centro de investigaciones interdisciplinario era la evidencia de cómo una de las más importantes universidades del mundo se estaba tomando en serio el futuro de la humanidad.
Pero no solo se trata de Oxford (el caso más emblemático). También la Universidad de Cambridge posee el Centro Leverhulme para el Futuro de la Inteligencia y otras universidades de Europa, Asia y de Norteamérica, poseen institutos de investigación que tienen como objetivo estudiar los escenarios futuros en los que se va a desarrollar la humanidad. Estos centros universitarios que estudian el futuro lo hacen de modo interdisciplinario y crítico. Es decir, con una perspectiva académica, de compromiso serio y no de “imagen institucional”. Por eso no hay que confundirlos con las iniciativas particulares (empresas, ONG, entre otras), que se dedican al análisis prospectivo en función de sus propios intereses, muchas veces de carácter básicamente instrumental.
En cambio, la investigación universitaria de los escenarios futuros se realiza con el fin de aportar a la sociedad en la cual se asientan dichas instituciones ¿Por qué? Porque en el último siglo hemos asistido a modificaciones sustanciales en las esferas de la producción, de la cultura, de la organización social y en la formación y difusión del conocimiento. Estos cambios han propiciado un mundo altamente indeterminado (por la gran heterogeneidad de agentes de mutación), pero que necesita ser comprendido para elaborar la “hoja de ruta” de nuestras sociedades.
Países como el Perú, con paupérrimos índices de producción del conocimiento y de limitada interacción entre saber y poder, están seriamente expuestos a quedar relegados de la sociedad del conocimiento exponencial y interrelacionante. Por eso urge entender los escenarios globales, regionales y locales del 2050 y 2100. Y entender qué ocurrirá, por ejemplo, con nuestro entorno laboral (cuando la IA se generalice y sustituya masivamente el empleo humano), con el sistema de prestaciones sociales, con los rasgos antropológicos y sociológicos de nuestro país y con las formas de organización y participación política.
La urgencia de crear con recursos públicos y privados el Centro Interuniversitario de Estudios del Futuro es fundamental para el devenir de nuestro país. Esta iniciativa debe darse en el espacio académico porque la universidad – como hemos dicho en varias oportunidades- es el lugar en donde un país se piensa a sí mismo. Por ello, no se trata de copiar la investigación del futuro desarrollada en el “primer mundo”. Más bien, desde nuestra experiencia histórica, identificar cuáles son nuestros propios escenarios futuros y de qué modo, el vórtice de la aceleración de los procesos mundiales nos afecta.
Recordemos que es esencial que una persona posea un proyecto de vida que le brinde consistencia a su futuro. De igual modo, un país debe saber cuál es su propio proyecto de vida. Y este se logra conociendo los escenarios del mañana. La presencia de la universidad, en esa perspectiva mayor, es fundamental.
Artículo publicado en RPP.pe
Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM