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4 agosto, 2020

[Artículo RPP] Ricardo L. Falla: La esperanza

La vida busca a la vida, la vida necesita a la vida. Sin esa voluntad definida por seguir siendo, en cualquier circunstancia de dolor u opresión, optaríamos por abandonar la lucha por vivir. Afortunadamente, estamos constituidos de tal manera que nos obligamos a levantarnos de la precariedad y combatir contra la expiración. 

Una de las pinturas que nos ha acompañado todo este tiempo es “El triunfo de la muerte” (1562), de Pieter Brueghel, el Viejo; obra que se encuentra en el Museo del Prado y que constituye una poderosa alegoría moral sobre la fragilidad de la condición humana. Un innumerable ejército de esqueletos, movidos por alguna fuerza oscura, atacan a los vivos, ocasionándoles horrorosos e indescriptibles dolores y destruyendo, a su paso, todo aquello que nos ha costado tanto construir: la civilización. La ósea militar no diferencia la condición de ninguna de sus víctimas, causándoles indescriptibles pesares. Es como si todo lo que amáramos esté permanentemente condenado a perecer. 

El reconocido óleo de Brueghel, posee una infinidad de símbolos en cada uno de los motivos que contiene. Siendo, uno de ellos, el que se encuentra en el extremo derecho inferior. Una joven pareja canta una romanza, indiferente al drama dantesco que les rodea y les acecha. Mientras ella entona y él toca el laúd, un esqueleto los acompaña sarcásticamente con una viola, indicando el destino que les depara. Al centro de la composición pictórica, se eleva una discreta cruz, como recuerdo de la tristemente célebre “peste negra” del siglo XIV. Resulta increíble que, dos siglos después, aquella pandemia siguiera tan presente en el imaginario cultural europeo.  Así, “El triunfo de la muerte”, nos deja sin aliento por su reverberación opresiva y evidente desesperanza.  

Varios siglos después, esta impresionante pintura de Brueghel, se nos presenta como un recordatorio de la impotencia humana cuando no tenemos el modo de enfrentar el destino ineludible de todo ser que ha nacido para morir. Pero, al mismo tiempo, puede ser una metáfora para la afirmación de la vida:  porque sentimos que es imperioso luchar contra aquel triunfo integral de la muerte. Tras contemplar el gran cuadro de Brueghel y, más aún, pensándolo, uno tiende a rebelarse contra el mandato mortal. ¿Por qué esperar resignadamente la visita del “ángel exterminador”? ¿No es acaso digno de un ser humano hacer todo lo posible para seguir viviendo? 

Finalmente estamos evidenciando, día tras día, que queremos seguir vivos. Que no nos resignamos a la muerte y que estamos dispuestos a bregar contra corriente para garantizar la continuidad de nuestra civilización. Si por un momento fuésemos conscientes de la magnitud del esfuerzo que estamos haciendo, valoraríamos mucho más la vida que se nos regaló con el nacimiento.  

Desde el científico que está en su laboratorio en pos de la vacuna, los médicos y enfermeras en primera línea de batalla; hasta los policías, soldados, bomberos, maestros, bodegueros, panaderos, peluqueros, agricultores, obreros, etc., en suma, en toda la vastedad de ocupaciones y funciones humanas, se repite la misma voluntad guiada por la mayor de las esperanzas: la vida misma.  

 

Lea la columna del autor todos los lunes en Rpp.pe

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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