La evolución del conocimiento es un hecho demostrado. Gracias a los incesantes aportes teóricos y aplicativos, podemos conocer cómo funciona nuestro mundo y nuestra sociedad. Y, si estamos abiertos al saber científico, garantizarnos un mejor gobierno.
Las ciencias aportan explicaciones teóricas y soluciones prácticas para viejos y nuevos problemas. En la física, la historia, la economía, entre otras ciencias, podemos observar logros notables en los últimos cien años. Y, si somos juiciosos, utilizaremos los modelos explicativos que solucionan problemas y, descartaremos, los modelos que crean complicaciones. Por ejemplo, gracias a Robert Solow y su teoría del “residuo” sabemos que cada oleada de innovación tecnológica ocasiona una generación de nuevos empleos y el aumento sostenido de la productividad. Asimismo, gracias a Reinhard Koselleck sabemos que los conceptos, con los que organizamos nuestro saber del mundo, tienen una historia semántica, en consonancia a la historia de los hechos. Ambos saberes demostrados son útiles en diversos escenarios.
La creación constante de nuevos conocimientos, en diversas disciplinas, indica que la ciencia es abierta a su crecimiento. Y, por esa razón, es conveniente que los que ejercen el poder gubernamental, basen sus acciones sobre la ingente información científica que existe. La información que si funciona.
El conocimiento para el mejor gobierno
Hay varios casos en donde el saber colabora para el buen gobierno. Hoy, por ejemplo, sabemos que si controlamos los precios de bienes y servicios (en tiempos no excepcionales), ocasionamos escasez e inflación. Sabemos que la inflación destruye el sentido de los precios (dar información sobre el costo y el valor) y liquida los ingresos de las personas. Sabemos que, si fugan en masa los capitales, el sistema financiero colapsa y se rompen las múltiples cadenas de pagos. Todo ello conduce a la depresión económica. Por esa razón sabemos que no es saludable controlar los precios, salvo en situación de emergencia de cualquier tipo, por un tiempo específico.
Asimismo, también sabemos que la riqueza es generada socialmente bajo una infinidad de iniciativas individuales, y que debe ser distribuida para reducir las desigualdades. Porque las desigualdades fomentan tensiones en el sistema social, que puede conducir al colapso de la sociedad. En esa misma línea, sabemos que una renta básica reduce el aumento de la pobreza y permite que el consumo se mantenga.
También sabemos que el aumento de riqueza sostenible proviene de una mayor productividad. Y para que una actividad sea más productiva, el trabajo tiene que hacerse más productivo. El trabajo será más productivo, si está mejor capacitado. Y para estar mejor capacitado, se tiene que mejorar crecientemente la educación. De ahí que ahora sabemos que productividad y educación están unidas.
La experiencia nos ha enseñado que la economía de un país obtiene mejores beneficios si se encuentra relativamente abierta al comercio internacional. También que hay recursos locales que deben ser protegidos en los esquemas de negoción internacional. En ese mismo sentido, hemos aprendido que los diversos niveles de autarquía afectan negativamente la generación de la riqueza en diversos periodos de tiempo.
Toda evidencia empírica nos demuestra que el bienestar social es costoso y que para hacerlo sostenible debemos generar riqueza de forma constante. También, la evidencia nos demuestra que, si nos procuramos una sociedad de bienestar, debemos reformar al estado para hacerlo más eficiente en sus gastos sociales, reduciendo la carga de procedimientos burocráticos y limitando, al máximo, la posibilidad de corrupción.
Hay un sinnúmero de casos en los que el conocimiento demostrado puede ayudar a tener el mejor gobierno posible. El asunto es que los gobernantes deben asumir que ese saber existe y que es enormemente útil. Y ese descubrimiento es distante de las ambiciones personales o de los cálculos ideológicos.
Por lo tanto, se trata de demostrar qué conocimientos son los más útiles para resolver determinados problemas y para evitar el surgimiento de problemas provenientes de decisiones desacertadas. No hay que obviar el conocimiento sustentado en evidencias. Si actuamos sin tomar en cuenta el saber, los más probable es que ocasionemos mayores pesares. De lo que se trata, en una visión ético política, es reducir o evitar el mal social.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM