Entre los rostros invisibles de las crisis económica, social y política que azota a nuestro país, se encuentran nuestros niños y adolescentes. Muchos de ellos, en una situación de precarización antes de la Covid-19, se han visto obligados a dejar de estudiar por razones que todos conocemos.
Mientras leemos el informe “COVID-19: Impacto en la pobreza y desigualdad en niñas, niños y adolescentes en el Perú. Estimaciones 2020-2021”, elaborado por la oficina de UNICEF del Perú, se llega a un conjunto de consideraciones que deberían ser tomadas en cuenta, no sólo por los organismos del Estado, sino, también, por la sociedad en su conjunto.
En el estudio se muestran cifras que evidencian la magnitud del colapso social en el que nos encontramos y que, si no se toman medidas radicales, van a condicionar la vida de nuestros niños y adolescentes a lo largo de toda esta década. Así, la UNICEF considera que “la pobreza monetaria se incrementará de 20.2% en el 2019 a 30.3% en el 2020. Esto significa que 3,3 millones personas caerán en la pobreza como consecuencia directa de la pandemia”. Este dato general, llevado al ámbito de estudio concreto de la niñez y la adolescencia, significa lo siguiente: “En el caso de las niñas, niños y adolescentes se estima que la pobreza monetaria se incrementará de 26.9% en el 2019 a 39.9% en el 2020, cifra que es superior en 9.6 puntos a la pobreza estimada para la población en general. En términos absolutos, esto significa que el número de niñas, niños y adolescentes en situación de pobreza monetaria se incrementará aproximadamente de 2.9 millones en el 2019 a 4.1 millones en el 2020, esto es, 1.2 millones de niñas, niños y adolescentes caerán en la pobreza”.
Pero aquí hay una cuestión que hace todavía más dolorosa la situación de los más vulnerables: la inmensa mayoría de los niños y adolescentes de nuestro país, verán perder el año escolar 2020 y, si no se toman medidas, el 2021. La razón es obvia, por causas materiales, no pueden acceder a la educación virtual que se ha utilizado para paliar los efectos de la pandemia en el ámbito educativo y, al mismo tiempo, la estructura escolar –pública y privada– no está en condiciones de brindar dicho servicio esencial de manera conveniente. Pobreza y colapso educativo, el escenario no podría ser peor.
Por eso resulta indignante que varias voces, sin mayor sensibilidad y sentido de realidad, afirmen que estamos en un tiempo de “nueva normalidad educativa” a la que hay que adaptarse. Sin caer en la cuenta que millones de nuestros niños no tienen los medios para “adaptarse” a la “nueva normalidad”. Ciertamente, pontifican bien instalados en la comodidad de sus hogares tecnologizados.
A esto hay que sumar los graves problemas de socialización que tendrán nuestros niños y adolescentes una vez que se inserten en la presencialidad. Aquí hay un tema que no contemplan los apóstoles de la “nueva normalidad”, y que tiene que ver con la necesaria socialización física de seres humanos en formación. Pues gran parte de los procesos formativos tiene que ver con las relaciones psicoafectivas, en donde aprendemos una inmensidad de cuestiones que no tienen que ver con lo meramente instructivo. Se puede instruir a distancia, ¿pero, se podrá educar?
El reto a superar es muy grande. Esperemos que los problemas de nuestra niñez estén la agenda de quienes pretenden gobernar el Perú a partir del 2021.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM