Mientras tratamos de llegar a tiempo a nuestro destino, sufrimos innumerables y angustiantes atascos de tráfico. Calles clausuradas por obras, avenidas que se cierran para dar lugar a un esclerótico desfile militar y camiones de constructoras que copan la mitad de los carriles, han hecho que esta mañana, que podría ser estimulante, se convierta en un suplicio ¿Qué hay detrás de estas decisiones fragmentarias que afectan la vida de tantos?
Mientras más conocemos nuestro país, reunimos más evidencias sobre una de las causas de nuestros malestares sociales: el modo operativo y fragmentario de tomar de decisiones. Pareciera que, desde la educación básica hasta la formación universitaria de pregrado y posgrado, nos educáramos de un modo que nos incapacita para entender que las decisiones que tomamos tienen repercusiones en un corto, mediano y largo plazo.
En esta formación fragmentaria y operativa asumimos que las acciones se pueden aislar sin tomar en cuenta que la sociedad (en diversos niveles) funciona como un sistema de eventos que se interrelacionan. Por ejemplo, si en una zona de la ciudad se realiza un cambio de tuberías de agua, nos veremos obligados a cerrar calles. Sin embargo, si en esa misma zona urbana se empiezan construir tribunas en las avenidas para un desfile militar, estaremos generando un problema de congestión vehicular mucho mayor. Si a esta situación le añadimos obras privadas de construcción e, incluso, el cierre masivo de innumerables rutas por los Juegos Panamericanos 2019, tendremos una masiva situación de problemas en el transporte. Como vemos, la incapacidad de pensar en términos sistémicos, ocasiona enormes pesares a los ciudadanos y pareciera que a nadie le importara.
En las visiones fragmentarias y operativas, cada decisión que conduce a una acción se toma asumiendo que lo único que existe es ese evento. Se cree que no hay repercusiones a diversos niveles o, en todo caso, los efectos no se asumen como un problema (o se le describen con el superficial término de “externalidades”). Lamentablemente, muchas profesiones universitarias han sido asaltadas por esta visión fragmentaria y operativa y han ido abandonando su dimensión científica y sistemática. Los “profesionales” formados en esta perspectiva, toman decisiones sin percatarse del impacto de las mismas, pues carecen de los elementos formativos para prever las consecuencias no deseadas de una acción. En ese tipo de ignorancia todos perdemos ¿Qué hacer a esta situación?
La institución universitaria tiene la responsabilidad moral de formar personas que sean capaces de considerar que los ámbitos de acción profesional son complejos, porque la sociedad, la cultura, el Estado y la naturaleza son sistemas complejos. Así también, las decisiones profesionales de un abogado, un médico, un arquitecto, un economista, un psicólogo, un ingeniero, entre otros, tendrá repercusión lógica sobre personas y comunidades. En las universidades no solo educamos para que los egresados puedan tener el necesario éxito personal. También debemos educarlos para que sean conscientes que muchas de las decisiones profesionales tienen un efecto sobre la vida de personas.
Este el momento de repensar el modo cómo hemos ido concibiendo la formación universitaria en nuestro país y superar el paradigma hiperespecializado que educa para centrarse –solamente– en el hecho técnico y específico de una labor, sin tomar en cuenta la concatenación de efectos. Y en ese escenario crítico, las ciencias humanas, las ciencias sociales y las ciencias naturales, tienen mucho que aportar. Hay una responsabilidad moral en la institución universitaria que no podemos soslayar respecto al bien común.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM