¿Son peligrosos los populismos para cualquier república? Si, sin duda. Porque lejos de constituirse en un discurso que encause las tendencias políticas e ideológicas de algún grupo social, apela a los sentimientos causados por el miedo, la derrota y el fracaso. La defensa justa del bien común nos obliga a estar alertas contra la frecuente tentación y amenaza populista.
No es difícil emplear la retórica populista si busca atraer adeptos para una determinada causa política o cultural. Basta con identificar algún “chivo expiatorio” sobre el cual verter las culpas y desgracias colectivas o personales, para agitar, luego, los sentimientos de reivindicación ante algún mal sufrido.
Para el nazismo fue sencillo ubicar dos “chivos expiatorios” a los cuales culpabilizar las tragedias del pueblo alemán: los comunistas y los judíos. A los primeros, por estar al servicio de un plan global. Y a los segundos, por su poder económico. Ya sabemos cómo terminó esa historia. En el otro lugar del espectro, el estalinismo construyó su retórica populista azuzando la cacería de los “enemigos de la revolución” a quienes se debería “reeducar de sus deviaciones burguesas”.
Pero el populismo no sólo se ha presentado en las representaciones arriba señaladas. Hay otras formas retóricas de populismo que también se construyen agitando recientes miedos colectivos. Por ejemplo, acusando de “terrorista” a cualquiera que posea una determinada tendencia política cuando se la quiere desacreditar. Pues es muy fácil fomentar ese tipo de aversión en países que vivieron los dolorosos procesos de violencia interna.
Asimismo, existen otras formas de encarnación de la retórica populista, sustentadas en las experiencias dolorosas de determinados grupos que sufrieron (o sufren) algún tipo de daño. En este caso, la lectura que se hace de esa historia se realiza desde un dolor que muta hacia al odio.
Sin embargo, leer la historia humana o de un país no puede ser leída desde la ira. Porque se tergiversa el aprendizaje que podemos extraer de dicha experiencia. Si leemos la historia desde la rabia, corremos el riesgo de creer que los acontecimientos de otros siglos son actuales. Y que el “chivo expiatorio” muerto, se encuentre vivo. El miedo, el odio, la irritación no permiten tomar la necesaria distancia para extraer conocimientos útiles de las diversas experiencias históricas y sociales.
El drama del populismo es que enseña a odiar desde la herida colectiva o individual. Apela a ese dolor para construir una agenda que sólo beneficia al que utiliza la retórica populista. Por ello el populismo es sobre todo una estrategia de búsqueda y acumulación del poder que propiamente una opción ideológica. De ahí que todo el espectro político y diversos grupos de presión, eventualmente, utilicen la retórica populista para alcanzar sus metas.
Al receptor de la retórica populista le cuesta reconocer que es soliviantado por este mensaje, pues muchas veces hay una evidente necesidad de justicia que no logra darse. Sin justicia, el desencanto y la rabia crecen. ¿Cómo superar los efectos de la retórica populista? Identificando a los causantes directos y concretos del mal causado y hacer caer sobre ellos el peso de ley y del juicio moral. Así, lograríamos que los pesares ocasionados intencionalmente sean juzgados. Y libramos a las víctimas de la terrible opción de una venganza, aprovechada por los populismos.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM